Una buena historia, quizá cierta, o quizá no, da lo mismo. Una historia de organización de eventos, fiestas de fin de año, cotillones, les dicen aquí. El tipo es de Murcia, estudió en un colegio del Opus Dei, su familia tiene dinero. El primer cotillón que organizó era pequeño, para los amigos, menos de doscientos. Al año siguiente preparó otro para quinientas personas. Y al siguiente, más de mil. Al otro año quiso dar el golpe, un cotillón para más de tres mil personas, con cena de gala y cantante de moda. En tres días vendió todas las entradas, dijo. Una campaña bestia de publicidad, en radio y en prensa, e invitaciones gratis, o incluso pagando para que vinieran, a los very vips de la ciudad. Entonces los del Ayuntamiento le exigieron construir una salida de emergencia. Negoció con el vecino de atrás para convertir su tienda de electrodomésticos en salida de emergencia, un par de días. Boquete en la pared y electrodomésticos tapados por cortinas. Los de la asociación de derechos de autor se acercaron a pedir su tajada. El tipo los mandó a la mierda, primer error. Un periodista quiso entrevistarlo, no le dio cita, no tenía tiempo, segundo error. Tres días antes del fin de año el Ayuntamiento le prohibió celebrar el cotillón porque había construido cuarenta lavabos sin el permiso correspondiente. El tipo intentó mover sus contactos pero nada, detrás del Ayuntamiento había gente pesada, los dueños de restaurantes y lugares nocturnos que habían perdido su clientela para el fin de año. Al día siguiente, en la primera página de un periódico local, el periodista sin entrevista sacó un reportaje donde lo acusaba de estafador. Se armó la tángana. La turba frente al Corte Inglés, buscándolo, porque allí trabajaba. El tipo tuvo que salir escoltado por la policía, usando una puerta de atrás. Lo echaron de su empleo esa tarde.
Con lágrimas en los ojos, el tipo devolvió, uno por uno, en efectivo, el precio de las entradas, pero faltaron unos cuantos por compensar. Estos lo demandaron. El tipo contrató al mejor escritorio jurídico de la ciudad y se declaró en quiebra. Logró evitar la cárcel y no tener pérdidas, pero ganó una notoria fama. Un par de meses después tuvo que dejar su ciudad. Sin cotillones, sin amigos.
WORK IN PROGRESS
jueves, 3 de enero de 2008
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