Juego: fabricarse una polla enorme, que nazca bajo el ombligo y llegue a la rodilla. Usarla, usarla un rato, y luego otro, y después seguir usándola, otro rato, hasta que ya no quede más, nada, vacío, sólo eso, por dentro. Luego, dejar que las termitas hagan su trabajo.
Y al final, darse cuenta del paso de los años y de los insectos con una grieta enorme, cojonuda, ostentosa y, según cómo se mire, también ridícula, mostrando todo lo que no hay, adentro.
Juego: convertirse en un hombre de principios, básicamente, dos de ellos. El primero y el segundo. El primero, a la altura del corazón, más o menos. El segundo, muy cerca de los huevos. Ambos principios interconectados, por supuesto. Entonces, desaforadamente, exhibir los principios, gritarlos, escandalosamente, para que todo el mundo sepa que, a pesar de los principios, o gracias a ellos, por dentro se está hueco.
Juego: se sostiene firmemente entre los dientes un hacha o un objeto filoso o punzopenetrante. Se cogen con las dos manos diferentes productos manufacturados, de distintos materiales. Con un movimiento violento se llevan los productos manufacturados a la cara, impactando con el objeto que sostienen los dientes firmemente. Así se puede descubrir, de una forma divertida, la verdadera resistencia de los materiales (hacha, dientes, frascos, labios, cables de televisión, salas de espera, etc.).
Juego: se canta y se baila saltando, mientras se mueve la cabeza rápidamente, de un lado a otro, como negando, y se castañean las muelas, y se hacen garabatos con la cara, pintada de rojo, abriendo cómicamente los ojos, y se enseñan los dientes todo lo posible, abriendo graciosamente la boca. Se sigue durante horas, con la esperanza de ser escogido, en algún momento, por una de las chicas que están paradas al frente, mirando, evaluando seriamente los caretos y los saltos, la gracia y la salud de los candidatos. Y si no se es escogido, bueno, por lo menos se ha pasado el rato.
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