Eso de dejarme con el culo al aire lo haces, ahora lo entiendo, por mi propio interés. Quien ofrece grandes cosas quiere que se las devuelvan aún mayores. De este modo me liberas, generosa y gentilmente, de todo compromiso. Aunque sí, tengo una obligación: ignorarte. Es el único modo que encuentro, honestamente, de devolverte el favor.
*
Y bueno, tampoco joder tanto, con lo de mi ex, que además está por cumplir años. Que se pusiera graciosa con la pasta era previsible, no es culpa suya, le venía de atrás. Por otro lado, estaba convencida de que yo la explotaba, porque ingresaba bastante más que yo, en la cuenta común. Tampoco fue todo tan jodido, hubo buenos ratos, sobre todo viajando. El último viaje, a la India, por ejemplo, estuvo muy bien. Al principio jodido, pero no entre nosotros, sino por el shock cultural.
Llegamos a Delhi y, para hacerme el exótico, le pedí al taxista que nos llevara a la ciudad vieja, a un hotelito que recomendaba la guía.
Después de muchísimas calles y muy pocos postes de alumbrado público entramos a un sitio que parecía un círculo de Dante, de los de abajo. El de la gula, supongo, donde todos pasan hambre, creo, ahora no me acuerdo, y no me pienso poner a buscar. Edificios ruinosos, como las fotos de Alemania después de los bombardeos norteamericanos, y en las calles los cuerpos medio desnudos, dormidos, que parecían muertos, tirados por el suelo.
El hotel, siguiendo la línea, era, en la recepción, muchos indios apretados mirando una televisión pequeña en blanco y negro, uno de ellos dándonos una llave de mala gana, porque era más de medianoche y claro, a esta hora, llegar, eran ganas de joder.
Dentro de la habitación una máquina gigante, se supone que un aire acondicionado, ocupando la mitad del espacio. Un ventilador enorme, dentro de una caja metálica, que hacía pasar el aire por unas pajas mojadas, con un estruendo tan decimonónico que lo tuvimos que apagar. Creo que ese cacharro recogía, además de mucho polvo, una buena parte de las enseñanzas de Ghandi, sus postulados económicos, como mínimo. Las paredes manchadas de escupitajos rojizos; la cama ocupada por una gran familia de insectos; el baño, un agujero al que no quise acercarme, adornado de mierda por todos lados.
*
En la mañana la calle, no se cómo, se volvió su opuesto, en materia de vitalidad, digo. Desde la terraza común para todas las habitaciones de este lado del edificio (podrían haber entrado en la nuestra, sin ningún problema, durante la noche), después de saludar a un tipo que se cepillaba los dientes con más parsimonia que pasta dental, me entretuve mirando cabezas. Cabezas y cajas y tomates y vacas y cacharros plásticos y carretillas de basura y carretillas de limones y carretillas de cemento y carretillas de cajas de refresco y más cabezas y más vacas y algunos perros y todo seguía calle arriba y calle abajo y parecía que aquel mercadillo no se acababa nunca, como si lo atravesara, apurado pero inútil, un mensaje imperial. Mi ex salió, creo que estaba acojonada. Aquello no se parecía a la India mística de los brahmanes etéreos que enseñan por televisión. Yo estaba feliz, claro, mirando aquel pedo, con la sensación de plenitud pendeja que me entra cuando, viajando, llego a un sitio que nunca imaginé pisar. Ella se asomó a la terraza, junto a mí, sin saludar al hombre de la parsimonia dentrífica. Le dije, para tranquilizarla, que íbamos a buscar otro hotel, en la zona de los turistas. Algún sitio que tuviera un baño donde, por lo menos, se pudiera cagar. Esto no le quitó el miedo, claro, pero le dio alguna esperanza, supongo, de sobrevivir el mes y medio que duraría el viaje.
WORK IN PROGRESS
domingo, 27 de enero de 2008
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