WORK IN PROGRESS

sábado, 19 de julio de 2008

sin titulo: fragmento

Y aquí tengo que cortar, ¡oh, mis minuciosos lectores!, el viaje. Quedan fuera Casablanca, Fez, Meknes y Rabat. Se me acaban las cincuenta páginas del capítulo y todavía no hablo de cómo me despidieron del hotel, que se supone es importante, no sé para quién, pero igualmente tiene gracia.
De todos modos, de la historieta rosa con la princesa árabe no hay nada nuevo que decir, se mantuvo en punto muerto de chats, cartas, y llamadas, a veces de contenido para adultos y a veces no, hasta que pasamos al tercer capítulo, del que no voy a hablar porque se sale del año exacto que cubre este librito, pero tiene que ver con su desaparición al ver que la cosa comenzaba a parecer, no sé, ¿comprometedora?; así que fiel a la estructura de mi novelita continúo, aprovechando el poco espacio que me queda, para desvariar, transcribiendo un fragmento que escribí en Fez, hace un año exactamente.
*
Hay un vendedor de crucigramas fotocopiados. Hay un tipo que pone cartones en los parabrisas de los coches estacionados. Hay otro que se cubre la cabeza con un pañuelo y la cara con un cartoncito. Hay un aire muy raro en este tipo, un aire a cárcel, a crimen, a maldad. Hay un ejemplar de la prensa que pasa de mesa en mesa. Hay un cliente cogiendo la silla que está delante mío, sin preguntar. Hay una foto en el periódico mostrando a unos políticos tragando gordos de una parrilla gigante. Hay cafés donde, descaradamente, no atienden a los turistas. Hay que saber cuidar a la clientela local. Hay que proteger el buen nombre, la imagen. Hay que reconocer lo hijoputas que han sido los franceses, y los españoles, por estas tierras. Hay un vecino diciéndole al camarero que me atienda. Hay un camarero preguntando si el té a la menta lo quiero azucarado. Hay una voz que le dice que sí. Hay otro vecino intentando leer lo que escribo. Hay una vieja pidiendo con un pan en la mano. Hay quien piensa que, más que pedir, la vieja tendría que dar. Había un niño detrás medio escondido, recorriendo la ciudad, cruzándome de vez en cuando y poniendo cara de lástima, hasta que me cansé y le dije “me puedes perseguir toda la noche si quieres, pero no te pienso dar”, y fue como hablar con el aire, porque el carajito continuó acosándome, buscando su premio por insistencia, intentando usar la paranoia como negocio, ¿o sería por placer? Hay una tetera puesta frente a mí para quemarme los dedos. Habrá un té con piñones alegrándome la lengua. Hay un autobús cargado de turistas. Hay un diseño de ciudad que me tuvo perdido, como un Teseo deshilachado, entre nueve de la noche y dos de la madrugada. Había la posibilidad real de que durmiera en la calle, y no en la casa familiar, donde tan amablemente me dejaron la habitación grande al ver que ya me iba a buscar en otro lado. Había en la casa un padre con cara de profesor de matemáticas, dos mujeres, y cinco o seis niños. Hay la sensación de que la habitación alquilada es más rentable que la docencia, porque me trataban mejor a mí que a él. Había que ubicar bien la casa en el mapa, antes de salir a caminar. Hay un par de europeas al otro lado de la calle, están del carajo, ¿de dónde vendrán? Hay un museo etnográfico, por aquí cerca, con un jardín demasiado grande para una exhibición tan pequeña. Hay un vecino tosiendo sobre mi té. Hay un limpiabotas que se mueve exagerado. Hay muchos así. Hay el sudor, quizá, que se convierte en propinas. Hay un vaso con té hirviendo a punto de caer sobre él. Habrá un limpiabotas quemado si acaba siendo lo que parece. Hay un vecino que le importa un carajo la consecuencia de su vaso. Hay un ciego vendiendo cigarros detrás de su bastón. Hay quien piensa que es muy fácil timarlo, como dice el refrán. Hay posibilidades de que el ciego no sea tan ciego. Hay probabilidades de que se arme el pedo, si lo timan. Hay un niño que lleva ocho paquetes de toallitas en una mano y una bolsa con más paquetes en la otra. Hay algunos que están a punto de caer. Hay quien piensa que la mercancía debe exhibirse toda, para vender. Hay pruebas de que es al revés. Hay un marroquí sentándose en una mesa con una europea. Hay un mesero que también pasa de él. Hay que agradecerle al desierto que no haya mosquitos. Hay moscas, eso sí, en el desierto y en la selva, les da igual. Hay un tipo paseando con la camiseta levantada, mostrando el cuerpo cruzado de cicatrices. Había un vendedor de zumo de naranja, junto al cementerio de la montaña, que tenía la nariz carcomida por una herida de cuchillo. Hay un par de zapatos que me acompañaron desde hace ocho años. Hay quien los encontró esta mañana junto a la muralla, abandonados, con su olor a perro sudado. Hay un tipo vestido de shelaba y babuchas blancas explicando con cara de entendido el yo qué sé. Hay cierto encanto en esto de escribir en público, cuando lo que dicen no te desconcentra, porque no lo entiendes. Hay que dejar pasar todavía una hora para recoger la mochila y salir a la estación de tren. Hay algunos judíos viviendo por aquí cerca, y antes parece que había muchos más. Habrá, en Rabat, un personaje cantando el Corán a las tres de la madrugada, por la ventanita abierta de mi habitación. Habrá, a las cuatro, un llamado general de las mezquitas a la oración. Hay un placer coránico en no dejar dormir a la peña, no sé por qué. Hay un tipo que no sabe lo que le espera, sentado en la mesa de un café de Fez. Hay que visitar a Proteo, parece ser.

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