WORK IN PROGRESS

martes, 8 de julio de 2008

sin titulo: fragmento

Essaouira, Mogador, desde niño las ciudades con varios nombres me ponen cachondo, creo que porque suenan a viejas, a experimentadas, a haber vivido muchas cosas, y aunque no me va la gerontofilia con las damas, con las ciudades como que sí. Y Essaouira me ha puesto realmente cachondo cuando vi que para entrar hay que atravesar una muralla, mezclarse con tipos vestidos de shelabas, en una calle amplia, pero con cara de zoco, donde cuelgan las entrañas y las moscas en las carnicerías, al frente del hotel donde alquilé, cerca de las tiendas de cacharros plásticos, junto a las de ropa, antes de la zona para los turistas, al lado de una plaza amplia donde no hay nada que hacer.

Un zoco árabe embutido en una ciudad renacentista, esa fue mi primera impresión y lo que confirmé luego: alguna vez un punto importante del comercio subsahariano hacia Europa, el rey no me acuerdo cuál le pidió a un arquitecto italiano que diseñara una ciudad/fortaleza; y eso hizo, convirtiendo a Mogador en Essaouira; y aunque ya el comercio no fluye de África subsahariana, la ciudad florece, por el puerto pesquero y los turistas que, por suerte, sólo mueven sus culos blancos en un par de calles y en la plaza principal.

Decidí quedarme varios días para saber si Essaouira entra a la lista de sitios pendientes. La lista hasta ahora tiene a París, Estambul, Ouidá, Ciudad de México, Ravello, Orsha, Manhattan, Basha, para acabar en algún pueblo de Dordogne y luego, supongo, llevarme al infierno, donde siempre he tenido ganas de ir, por la curiosidad, por aquello de Dante y esto de Manganelli, un viaje que he preferido dejar para el final, por lo jodido del regreso, casi peor que Australia. La lista me motiva a buscar un trabajo freelance que pueda hacer a distancia, no sé, alguna guarrada relacionada con la escritura que me garantice unas mil quinientas rupias europeas al mes.

Para seguir con mi gilipollez, mi “prueba de ingreso a la lista”, me inventé una rutina, la que tendría, más o menos, si viviera aquí. En la mañana caminar por la playa hasta donde lleguen mis pies, que ha sido hasta las ruinas de un fuerte, hundidas en el mar, a un par de horas de distancia, en un sitio cojonudamente escenográfico: las olas contra las paredes del fuerte derruido, a unos metros de un espacio de arena fina, dunas llegadas del Sahara; y no muy lejos de un pueblo nacido en la desembocadura de un río que no sé si es agua de mar entrando a la tierra, pero no pienso probar. A mediodía almuerzo en la plaza que separa a la ciudad del puerto, en unos chiringuitos que venden de las pesca del día. Las primeras horas de la tarde té de menta con frutos secos en alguna de las terrazas de la plaza principal, leyendo Mohamed Choukri (joder, qué bueno es, el té de menta con piñones, pero mejor es el Choukri, al pan desnudo). La segunda parte de la tarde laberinto de callejuelas, al azar, y fotografías. El atardecer en las murallas o en el puerto, y en la noche, un whisky para volver a ser guiri típico, en alguno de los lugares rollo chill-out.


*

Un programa de televisión dedicado a lo que harán los televidentes, en tiempo real, la hora siguiente a la emisión del programa: seguir frente al televisor; irse a la cama; dormirse con el resplandor de la pantalla; masturbarse, aburridos, mirando los píxeles en el vidrio; levantar el teléfono, marcar un número, y en silencio, con la mirada fría, escuchar al vacío, a la noche. La idea es que los televidentes se vean repetidos en la pantalla para que se sientan importantes. El programa podría tener alguna audiencia en horario nocturno, compartiendo tiempo con las lectoras del tarot, esas que dicen a los televidentes qué pasara con sus vidas, después del programa de televisión.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo... no lo compartes, echo de menos algo, un pellizco de sentimiento, de emoción. Sólo es una impresión de una no escritora.

un abrazo