WORK IN PROGRESS

sábado, 27 de septiembre de 2008

guia de barcelona para sociopatas (2007): fragmento

Viendo que la oficina de colocación de la Generalitat no funcionaba, Antonia comenzó a comprar, cada domingo, religiosamente, un diario pequeñoburgués y conservador llamado, curiosamente, La Vanguardia. Además de su bien-pensantismo pendejo, La Vanguardia traía los domingos una revista de moda y actualidad, un CD interactivo (La Aventura de la Ciencia), y un cuerpo de anuncios clasificados.
En el cuerpo de clasificados se escondían las ofertas de trabajo, entre las motos de segunda mano y las masajistas de primera.

Metódicamente, Antonia subrayaba las ofertas que creía interesantes. Las suyas quedaban enmarcadas por un círculo y las mías por un rectangulito. Cuando el cuerpo de clasificados se llenaba de círculos y rectangulitos mi deber era anotar los números telefónicos de los rectangulitos y malgastar lunes y teléfono fijando citas.

Se solicita persona entre 20
y 40 años para jornada de
medio turno o turno completo.
400.000 pesetas mensuales.

Normalmente, estas ofertas sirven para enganchar a jóvenes tan ambiciosos como cretinos con ganas de salir a la calle a vender cualquier vaina. Algunos jóvenes (esos cuyo cretinismo no supera su ambición) pueden sacar algo de pasta vendiendo algunas vainas. Con la pasta recaudada los jóvenes pueden untarse la cabeza con Gel Fijador E fijación extrafuerte; comprar un coche diseñado para expirar antes que los plazos; ahorcarse con corbatas de seda plástica cultivada en las grandes superficies; inscribirse en un gimnasio donde ejercitan las frases «Yo soy el que está en la calle» y «Yo le vendería una nevera a un esquimal»; empolvarse el interior de la nariz en la disco los viernes y sábados, y en el baño de los baretos de esquina el resto de la semana; sostener una agenda apretada (en semicuero) los días de cada día; pasar horas alisándose las orejas con un teléfono móvil que necesitan cambiar cada diez semanas para alisarse las orejas mejor; esperar angustiado a los clientes hundiendo los ojos en una esfera de reloj dorada, chea y picúa, pero de marca; comprar una televisión de marca para aburrirse gigante y plano el domingo por la tarde; intercambiar fluidos con alguna azafata del Recinto Ferial de Plaza España que sueña con cazar a un millonario cincuentón, y poca cosa más.

Pero mi caso es jodido, porque en algún momento de la vida perdí la capacidad de vender cualquier vaina (creo que con los años mi cretinismo ha ido superando a mi ambición). Y aunque lo demostré paseando tres días con un maletín que llevaba quince kilos de libros jurídicos en venta, Antonia siguió rectangulando números de teléfono en La Vanguardia.

A veces, para tranquilizar a Antonia y para engordar un poco esta novela, me presentaba en alguna entrevista de trabajo.

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