WORK IN PROGRESS

jueves, 1 de enero de 2009

el amor es un producto patrocinado por los fabricantes de condones (continuación)

A mi amigo lo conocí en el liceo, hace veinte años, y desde el primer día ya parecía enfermo con las compañeras de clase. Venía de un colegio para chavales, del Opus Dei. Cuando entró al salón de clases se atosigó. Pero tenía cara de doce años, no de dieciséis, y las compañeras lo tomaron a guasa. Se convirtió en el payaso de la clase. Le venía bien, de todos modos, el papel, tenía vocación de chiste.
Al principio apenas éramos compañeros de clase. Demasiado gilipollas, pensaba yo, por su tipo autista. Se puede quedar pegado en una parte de la conversación aunque ya se haya saltado a otra cosa, hace rato. Canta a gritos sin importar donde esté, en cualquier momento. Cosas así. Todavía las hace. En esa época yo tenía otro amigo. Un tipo pequeño que ahora es casi un magnate. Un caso curioso, creo que va bien explicar su historia para seguir con el tema de los contrastes que comencé en el capítulo anterior:

*

Hijo bastardo de un libanés. Vivía con su madre, una mujer inteligente, que mezclaba astucia y bondad sin que nadie se diera cuenta (de la astucia).
En el día, cuando éramos adolescentes, el magnate muchas veces se iba a la casa de su padre donde, oficialmente, era bien recibido.
En tercer año de la secundaria su padre murió y la familia oficial le giró la cara, negó la filiación, usó abogados, lo desheredó. Aquello jodió mucho al magnate, lo marcó. El magnate dejó el liceo al año siguiente, uno antes de la graduación, no sé si por razones académicas o económicas, o un poco de cada cosa, supongo. Estudiábamos en un colegio caro y quizá su bajo rendimiento decidiera a su madre a reducir gastos o, pensándolo mejor, puede que su padre pagara antes el colegio.
Mantuvimos el contacto y luego nos reencontramos en la universidad, en el primer año de la carrera de leyes. El magnate tenía un Jeep descapotado, negro y naranja, destartalado, que me sirvió de inspiración. Yo me compré un Jeep blanco, mucho menos estruendoso a la vista pero no al oído, porque por dentro estaba aún peor.
El magnate dejó la universidad comenzando el segundo año de la carrera. No estaba hecho para los estudios. La suya era la cultura de la calle. Se fue a vivir a California con un tío a quien quería mucho, hermano menor de la madre, que vivía en Los Ángeles haciendo no sé qué.

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