Con el magnate me estrené en un burdel, creo que ya lo dije.
No sé cómo, encontró la dirección de un apartamento donde vivían varias profesionales. Consuelo era la representante del equipo. Quien le dejó la dirección al magnate le comentó que, cuando nos preguntaran el nombre, por el interfono, debíamos decir que veníamos de parte de Fabián. Pensábamos que era una clave, una contraseña, algo así. Éramos bastante ingenuos, más bien gilipollas. Teníamos quince años.
Después supe que Fabián era un personaje real. Que, casualmente, en la niñez, fue buen amigo del amigo que me acompaña en China. Este Fabián era hijo del ginecólogo más prestigioso de la ciudad. También era hijo de una beata de cuidado. Muy amiga de mi tía, por cierto, la que se cree santa. Dios las cría y ellas se juntan, supongo. En resumen, una familia muy decente, muy respetable, la de Fabián. Nadie se explica por qué él, y su hermana, y su hermano menor, se volvieron todos unos impresentables. Un caso curioso, creo que va bien explicar su historia para seguir con el tema de los contrastes que comencé en el capítulo anterior.
*
El padre de Fabián, ginecólogo prestigioso, era el encargado de revisar las intimidades de las señoras bien de la ciudad. El tipo tenía cara de sádico, se veía de lejos. Por eso su prestigio entre las señoras bien, supongo. También militaba en el Opus Dei, como supernumerario o algo así.
En público el ginecólogo se dedicaba a las ciencias de la salud, pero en privado era amigo las artes marciales. Por ejemplo, podía darle una paliza a Fabián delante de los colegas de escuela con cualquier excusa pendeja. Supongo que eso le hacía sentirse poderoso y respetado, cojonudo, lleno de autoridad. Las palizas fueron constantes, hasta entrada la adolescencia.
Y en la adolescencia, justamente, Fabián comenzó con las drogas. Salía con chavales de dieciocho cuando él tenía catorce años. Para intentar descubrir el por qué de su conducta antisocial alguna vez le hicieron una batería de test. Le encontraron más de ciento sesenta, creo, de cociente intelectual. Nivel genio. Un psicópata de libro.
Fabián ganó fama como repartidor de hostias. Alguna vez desarmó a un policía y lo dejó apaleado en el suelo. Acabó muchas fiestas a piñas, y destartaló más de un sitio de moda. Aunque era flaco y pequeño nunca encontró quien lo apaleara a él. Belerofonte politoxicómano.
Para ir a repartir hostias Fabián se movía en un carro entonado. No sé qué tenía en el motor pero iba siempre a más de ciento veinte kilómetros por hora dentro de la ciudad. La policía lo conocía pero no lo molestaba. Para qué, si el padre, con una llamada, lo regresaba a la calle al día siguiente. Hasta que se cansó, el padre, de las llamadas. Lo hizo arrestar en casa, a Fabián, siendo menor de edad. Después del correccional lo ingresaron en un instituto de rehabilitación para drogodependientes. Fabián se escapó, por supuesto.
Estos fueron los años dorados de Fabián, hasta los diecisiete, más o menos.
Después vino la decadencia o, según se mire, la plenitud.
WORK IN PROGRESS
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