WORK IN PROGRESS

sábado, 10 de enero de 2009

el amor es un producto patrocinado por los fabricantes de condones (continuación)

De ese pueblo del río es la sesión de fotos junto al mercado. El fotógrafo de la idea novedosa con la tecnología obsoleta. Sobre el monitor, una cámara web, y al lado, una impresora hecha polvo. Al frente de la cámara un viejo campesino de cabeza pelada, la cara arrugada y la mirada buena, como infantil. Transmite tranquilidad, el viejo, hace sentir bien. En el monitor blanco y negro está suspendida la cara del viejo. Afuera, en lo que, según este libro, sería la realidad, el viejo mira todo sin acabar de creérselo. El fotógrafo posmoderno manda a imprimir. Aparece la cara del viejo sobre un papel. El fotógrafo recorta la impresión, plastifica el papel, saca un marco de vidrio, mete la foto, atornilla el marco, y le lleva el retrato al viejo, que espera sentado. El viejo mira su cara, reprime la sonrisa; está feliz, completamente. Esa tarde el retrato colgará de una pared ruinosa, en el medio de una plantación de arroz, cerca del río; o llegará, como regalo, a una familia que le pondrá velitas dentro de un par de años. El grupo de mirones comenta, como aprobando el producto. Otro cliente espera inquieto junto a la silla del viejo. Sombrero de paja y camisa azul. El viejo se levanta, se quita el traje que le prestaron para la foto, y lo devuelve agradecido. En la mano temblorosa, dentro de una bolsa plástica, la foto retro estilo años treinta, por el blanco y negro pero, sobre todo, por la expresión del viejo, solemne. Supongo que yo haría lo mismo si tuviera que posar para mi última foto, buscaría la forma de ir poniendo cara de muerto. Si no, ¿qué gracia tiene hacerse la última foto? Foto de cara de despedirse de todo, fin de fiesta, no más historias, es natural.

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Gui-Zhou es una mujer de unos cuarenta años. Gui-Zhou espera en el muelle a los turistas que llegan sueltos. Ghi-Zhou nos consiguió hotel (comisión); nos hizo escoger, de unas bateas plásticas, con lástima y asco, los pescados para la cena (comisión); nos sirvió las cervezas, no sé cuántas (comisión), hasta que nos fuimos a dormir (comisión). A Gui-Zhou no se le escapa nadie. Sonrisa y venga por aquí, te resuelve la vida, a unos precios que, con la cabeza en euros, son de risa. Gui-Zhou se las ha arreglado para no tener competidores. De hecho, el pueblo entero existe para que Gui-Zhou se enriquezca. Gui-Zhou te mira de arriba a abajo, te evalúa, sabe exactamente lo que puede sacar de ti. Gui-Zhou no habla idiomas, pero se entiende con todos. Gui-Zhou, sin ser protestante, tiene el perfil clásico del empresario emprendedor. Gui-Zhou está picada por el gusanillo del comercio, es esclava de Hermes, sin saber. Gui-Zhou tiene olfato, te ofrece de todo, pero sabe cuándo parar, hasta dónde llegar. Gui-Zhou es una maravilla, pero tiene un defecto: cuando da la media vuelta, se le cae la sonrisa.

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