Murió la madre. Un accidente de tránsito en un coche conducido por el ginecólogo feliz. Entonces el tipo, el ginecólogo, viéndose libre, consiguió crear la casa de sus sueños. Se soltó.
Frente a la ira desatada del padre Fabián desapareció. Su hermana se fugó con un malandrín, colega de Fabián, de quien tuvo un hijo que pronto se quedó huérfano, porque el malandrín se estrelló en una moto. Y el hermano menor comenzó con las drogas siguiendo el ejemplo de Fabián.
No sé qué haría Fabián en esta época. Quizá era el chulo de Consuelo mientras continuaba con la venta de drogas al detal. Algo así debía de ser su día a día.
Para mejorar su vida criminal Fabián comenzó a estudiar leyes. Allí lo conocí, en la universidad. Antes sabía quien era, de una vara larga, de cuatro metros, con la que pretendía pegarme en el culo, en un concierto. Quería hacerse el gracioso frente a unas compañeras de mi clase. Ellas le pidieron que me dejara tranquilo y, viendo que no les hacía gracia, dejó la vara en el suelo. Yo seguí parado, como si no me hubiera dado cuenta de que el mamón había cogido la vara, aliviado por no tener que ir a recibir hostias de Fabián. Tenía ganas de romperme la cara, el capullo, no sé por qué.
En la casa de nuestro amigo común, el que vive en Australia, Fabián me habló de la cárcel y de las llagas en las comisuras de los labios; en la noche, las cucarachas se alimentan de las bocas de los presos, y sueltan un liquidito que deja llagas. También me mostró algunos poemas suyos. Eran bastante malos pero le dije que estaban bien, que siguiera escribiendo. Le recomendé leer no sé qué, porque yo de poesía no sé prácticamente nada. Ahora me pregunto para qué iba a seguir escribiendo, si era tan malo. ¿Como catarsis? No sé, no creo que la necesitara. Él se sentía encantado consigo mismo, se hacía el feliz. Se reía mucho, la risa del sádico de las golosinas, como decía.
Pero estaba hecho para el mundo criminal, allí estaba su talento, no en la poesía. No hubo que decírselo, de todos modos, él mismo lo vio.
En segundo año Fabián dejó la carrera de leyes. Se necesitaba demasiado tiempo para sacarle provecho. Había formas más rápidas de dar el salto, en el ambiente hampón (me está diciendo mi amigo que al final, con el tiempo, acabó la carrera).
Entonces Fabián le dijo a mi amigo que había llegado el momento de decidir si seguir siendo un delincuente menor, vendedor de drogas al detal y ladrón de minicadenas de coches (por lo que ya le habían metido un tiro que le atravesó un brazo, un conductor con vocación asesina), o profesionalizarse.
WORK IN PROGRESS
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1 comentario:
No hay derecho que valga,ni libro que lo arregle.Fabián es faba,la estupidez heredada de los violentos,menudo el jodido ginecólogo,aunque es bueno poniendo a parir. Aún así,las colegas, deberian frenar sus ardientes besos...por más hermosos que sean sus poemas je,je.
Triste,muy triste...cuesta estirar las comisuras...duelen.
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