WORK IN PROGRESS

domingo, 11 de enero de 2009

el amor es un producto patrocinado por los fabricantes de condones (continuación)

Durante décadas dos vendedores trabajaron uno al lado del otro en un mercado. Invierno, primavera, verano y otoño, los dos vendedores se acompañaron sin dirigirse, nunca, más que una mirada de reojo. Cada uno de los vendedores sólo conocía, del otro, la región remota donde había nacido.
Desde siempre la gente de estas dos regiones se odiaba. No se sabía por qué, pero se odiaba. Estos dos vendedores, compañeros forzados por un destino incauto que los había reunido en el mismo rincón de aquel mercado, durante los primeros años, como es natural, se odiaron. Luego, con el paso de las estaciones, el odio se diluyó, y se convirtió en una simple repulsión; un rechazo instintivo, pero soportable, no muy distinto al asco que provocaría, en algunas personas, el cadáver de un ratón o de un sapo descubierto entre la comida.
Con el tiempo, la repulsión se transformó en indiferencia, aunque el odio volvía, a ráfagas, si uno de los vendedores sentía la mirada del otro sobre la espalda cuando algún cliente se iba molesto, protestando por la mala calidad o el precio del servicio, o del producto, da igual, por la mala calidad o el precio de lo que sea que el vendedor ofreciera en su puesto del mercado. En estos momentos quedaba claro por qué el odio existía entre la gente de las dos provincias desde tiempos inmemoriales.
Por fin, durante un invierno excepcionalmente frío, o un verano inusualmente caliente, con las calles vacías, sin ver venir a un cliente desde hacía días, uno de los vendedores comenzó a preguntarse por qué, en realidad, el otro vendedor y él nunca se habían hablado. Y una noche, ya tarde, a punto de llegar la hora de cierre, entrando la primavera, o el otoño, este vendedor se giró hacia el otro y, levantando tímidamente los dedos de la mano derecha, se dispuso a pedirle un cigarrillo, porque los suyos se habían acabado y no quería abandonar su lugar de trabajo (en una temporada tan mala no se puede dejar ni un minuto el negocio). Pero entonces el vendedor tuvo una especie de revelación, supo que, justamente, eso era lo que el otro vendedor quería, verle dejar su puesto de trabajo para disponer él solo de todos los clientes que, quién sabe, pudieran pasar, y entonces previó la respuesta que el otro vendedor le daría: "no, disculpa, no fumo, lo he dejado".
Entonces lo maldijo en silencio, mientras sentía una vergüenza terrible por lo que había estado a punto de hacer.
Por suerte, y gracias a la buena educación que recibió de sus padres, pudo recuperar su odio, ese odio provincial, seguro, tranquilizador, intenso, que le había permitido vivir tan cómodamente durante todos estos años.

*

En Yangshuo nos rodeó un grupo de quinceañeras risueñas, ninfas enanas, a pedirnos autógrafos, como si fuéramos payasos de circo, jugadores de fútbol, cantantes de televisión.
Para mi amigo fue la apoteosis, firmaba, sonreía y sadiqueaba; sadiqueaba, sonreía y firmaba, no sabía qué hacer, rodeado de tantas niñas con cara de cuquita afeitadita, como dice él. Cuando posaba para las fotos cogía a las ninfas chinas del hombro y entre dientes soltaba cualquier barbaridad. Ellas no lo entendían, claro, y les hacía gracia su expresión. Para eso el tipo es perfecto, para hacer gracia.
La turba de nínfulas chinas se fue como había llegado. Al frente, unos adolescentes que practicaban kárate ya comenzaban a vernos mal. Yo le dije a mi amigo que lo mejor era largarnos, me acordé del farmaceuta de Hong Kong.
Qué vaina tan loca, chamo, lo de las firmas, ¿para qué sería? Ni idea. También pedían el e-mail, ¿estarán buscando marido?, yo me puedo llevar una chinita para Australia. ¿Buscando un marido a los quince años? ¡Qué va!, aquí las mujeres se casan tarde, lo leí por allí, y además parece que son muy independientes, curran durísimo, en la calle, parejo con los hombres, ¿no ves que van solas por todos lados? Sí. Eso casi nunca se ve en el tercer mundo. Es verdad, ¿y entonces qué querían? Coño no sé.
Ya lo descubriríamos, al rato, después de caminar las dos calles largas de ese pueblo escaparate turístico, hecho de tiendas y casitas de madera como de juguete, línea Disneychanel.
Comenzando la noche se nos acercó otra turba de ninfas. Autógrafos. ¿Y para qué los quieren? Es una tarea, nos pidieron que reuniéramos correos de turistas, para practicar el inglés, es una tarea de inglés. Ah, vale.
No hubieras preguntado, cabeza de huevo, me hubieras dejado tranquilo con mi mojón, ya me estaba creyendo Ricky Martin. Mi amigo puso cara de tristeza y después soltó la risa. Yo me las cojo a todas, igualito, dijo.

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