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miércoles, 18 de febrero de 2009

la fama, o es venérea, o no es fama (continuación)

20:03 h. El entrenador del boxeador de la 209 explica que quien hará de mula y su apoyo se mudan a vivir en un hotel una semana antes de la fecha del viaje. Durante esta semana la mula sólo puede comer sopa y cosas muy ligeras, para limpiar el aparato digestivo. Mientras tanto, la mula practica tragando uvas sin masticar, para después poder meterse los dedos de guantes de cirujano amarrados y recubiertos con una cera protectora, una cosa negra que el entrenador no sabe de qué está hecha, porque todo eso se lo traen ya listo, a punto para ser tragado. El día del vuelo la mula se toma unos medicamentos contra la diarrea, las náuseas, y también algunos tranquilizantes, y entonces se traga los dedales, ocho o diez, más o menos. En el aeropuerto, y durante el vuelo, la mula no puede consumir nada. En la aduana, en Estados Unidos, cuenta el entrenador que en uno de sus viajes un policía puertorriqueño le dijo a un boxeador “tú tienes droga”, y el boxeador respondió que no, que él no llevaba nada, el policía de aduanas dijo “te voy a dar una coca-cola a ver si es verdad”, el boxeador le respondió que se la diera, que cuál era el peo. El policía lo dejó pasar. El entrenador explica que si te tomas una gaseosa los dedales explotan y te mueres como un pendejo. ¿Y eso por qué? No sé, es así. Qué raro que la vaina aguante los ácidos estomacales pero no un refresco, comenta el sujeto. No sé, una reacción, una vaina rara, que hace que los dedales con la droga exploten, contesta el entrenador, y sigue. Después de la aduana, la mula y su entrenador pasan varios días en un hotel. La mula comienza a comer cosas sólidas, para que los dedales vayan bajando, y durante los próximos días tiene que ir revisando sus heces hasta que salen todos los dedales. A veces se hacen dos entregas. Sí, a una dirección que ya le han dado, tiene que llevarlos, después de limpiarlos bien, porque no te imaginas cómo huele eso después de salir del estómago. Cuando ya está toda la mercancía entregada le pagan a la mula y al entrenador. Unos ocho mil dólares a cada uno, y tres mil más para los gastos en Estados Unidos. Si se hace bien no te tiene por qué pasar nada, cuando se rompen los dedales es porque la cosa estuvo mal llevada, cuando la persona no se preparó bien, tú sabes, gente que hace las vainas a los carajazos. A veces pasan vainas, claro, como otro boxeador que se había metido veinte dedales por el recto para pasarlos a República Dominicana, uno detrás de otro, y en el aeropuerto le vinieron unas ganas tremendas de cagar, el tipo no sabía qué hacer porque sentía que se le estaba saliendo uno de los dedales. ¿Y entonces? Pues nada, tuvo que viajar sudando frío y apretando el culo.

*

Nos encontramos en el tren. Yo olvidé el libro de rutas que explica el camino y tuvimos que confiar en mi memoria, porque ya había hecho esa caminata un par de veces. Por equivocación llegamos a una encrucijada que señalaba, por un lado, hacia el palacio neogótico de Alfonso XII, ahora monasterio budista, y por el otro lado hacia Sitges, ahora paraíso gay. Decidimos ir directamente hasta Sitges, porque la de Castelldefels, en pocas horas, tenía que buscar a su hijo en la escuela. Al llegar a Sitges nos fuimos a un rompeolas, nos sentamos en las rocas.
La de Castelldefels me contó que durante un tiempo estuvo saliendo con un tipo que trabajaba como relaciones públicas de una revista para hombres, un argentino que sobrevivía haciendo gitanerías, metiéndose en todos los trapicheos que le pasaban por delante. El argentino introdujo a la de Castelldefels en el mundo del intercambio de parejas y las orgías. La de Castelldefels me contó que su primera experiencia fue con un matrimonio amigo del argentino. Organizaron una cena y después alcohol, porros, todo de muy buen rollo, muy relajado. La de Castelldefels dice que estaba un poco colocada por la marihuana, en un sofá, cuando la desnudaron. Al principio se sintió un poco cortada al notar que tres bocas le besaban el cuerpo, pero luego se dejó ir. Lo que más recuerda es lo bien que se la pasó con los besos de la chica. Me dijo que sólo una mujer podía saber cómo dar el máximo placer a otra. Además, esta chica, cada vez que podía, se lanzaba sobre la figa de la de Castelldefels, le gustaba mucho su olor y su sabor, decía. Entre los dos hombres no se tocaban, me respondió la de Castelldefels, y por su parte tardó en decidirse en comérsela a la chica, y sí, le gustó, me dijo que no le costaría mucho tener una relación lesbiana seria.
La pareja de los intercambios tenía historias curiosas. La chica, que durante el día era un correcto ejemplar de la burguesía catalana, hija de los dueños de una cadena de pastelerías, en la noche se transformaba poniéndose una peluca de pelo corto negro. La chica de la peluca no era especialmente guapa, pero tenía su atractivo, era muy sensual, según la de Castelldefels. Una vez, en una discoteca, la de Castelldefels, el argentino, y el marido de la peluca, cansados, decidieron regresar a casa. La peluca quería más marcha, así que decidió quedarse otro rato en la discoteca. Hacia las cinco de la mañana ellos seguían esperándola. Por fin, apareció un taxi. La peluca bajó, abrió la puerta del chofer, se arrodilló, y comenzó a darle una mamada al taxista, allí, en el medio de la calle. El marido de la peluca saltó diciendo “¡Miradla, menuda furcia, qué guarra!”, estaba feliz. La de Castelldefels me dijo que ella eso no lo haría, chupársela así a un completo desconocido.
Después de un tiempo se acabó el juego, ella y el marido de la peluca comenzaron a gustarse, quizá la de Castelldefels se enamoró de él, y claro, en estas cosas la principal regla es que no haya sentimientos de por medio, sólo deseo sexual, me dijo. Del argentino se alejó luego, a la de Castelldefels le dio miedo quedarse enganchada en este ambiente, no me dijo por qué.

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