WORK IN PROGRESS

sábado, 7 de febrero de 2009

si alguien te ofreciera un millón, ¿no te dejarías? (continuación)

Quedé con una chica que conocí en una página web donde se empieza comentando películas y se acaba ligando. Nos encontramos en Paseo de Gracia. Nos saludamos, nos miramos, nos evaluamos, subimos a su coche, nos movimos, rodando, hasta el centro, unas ocho calles más abajo, buscamos dónde aparcar, encontramos un sitio cerca de Correos, al lado de la Vía Laietana. En el camino supe que vive en Castelldefels, que es rubia y delgada, que tiene tetas pequeñas y un hijo.
Me comentó que había vivido no muy lejos de donde aparcamos. Le pedí que decidiera ella, entonces, el lugar. Me llevó a una tetería. Un sitio pequeño, agradable, pseudo marroquí. Me explicó que el dueño era catalán, pero su mujer sí venía del norte de África. No eran amigos suyos pero los conocía. Me contó que ella, básicamente, no hacía nada. Había tenido una peluquería, era estilista, y trabajaba de vez en cuando. Vivía tranquilamente, en un piso de verano pequeño que había sido de su ex. Después le conté un poco de mi vida. Acabamos el té y salimos. Hacía frío y ella no sabía dónde meter las manos. Le ofrecí mi gabardina, sin quitármela, y seguimos caminando enlazados. Entramos a otro de sus lugares preferidos en el barrio. Tomamos vino y hablamos hasta que nos echaron, más o menos a las dos. Caminamos hasta la calle Avignó, donde ella conocía un sitio que debía de estar abierto. Estaba. Un garito oscuro, decorado rollo sadomaso, con látigos, fotos, un muñeco colgado del techo, y en el fondo, una proyección de una película de cine mudo; el típico antro alternativo snob barcelonés.
En algún momento le cogí las manos. Luego le pedí que me dejara olerle el cuello. Me preguntó si tenía instinto vampiro. Le dije que no se preocupara, que no la iba a morder, pero sí, en la oreja, después de rozarle el cuello con los labios. Nos fuimos a la parte de atrás, que estaba vacía, a besarnos y meternos mano tranquilamente, o más bien al revés, cada vez más excitados.
Sentada en un taburete alto, conmigo entre las piernas, mientras usábamos las lenguas yo movía las manos por dentro de su ropa. Por encima de la música llegaba la voz de una vieja argentina, completo mamarracho, que hablaba con un grupo de habituales en la barra oscura, a unos pasos de donde nos ubicamos. Cuando yo buscaba los pezones pequeños de mi nueva amiga la vieja decía “Virgo, ¿no?, ya se te ve, sos una mujer muy tímida, tus relaciones son superficiales porque temés darle rienda suelta a tus sentimientos…”. La de Castelledefels metía su lengua hasta el fondo de mi boca y la vieja argentina “Géminis, tu carácter es doble y complejo y contradictorio; podés ser versátil pero también insincero…”. La atraía hacia mí, apretándole las nalgas, y la vieja “¿Querés que les haga un test para saber con qué signo vais a congeniar?”. Su pelvis frotándose contra mi barriga, mi polla dejando una mancha oscura en el pantalón. “En tu pareja, ¿tú cortas el bacalao?” ¿Por qué no te callas?, estuve por decirle, realmente, a la vieja, pero preferí continuar moviendo la mano arriba y abajo, entre las piernas abiertas, sobre el cierre del pantalón. “¿Eres un poco carca?” ¿Nos vamos?, es que si no quizá me de por ir a patear a la vieja aquella. Se rió.
Seguimos en su coche. Dedos, clítoris, fluidos, cosas de esas. Pero no había dónde follar. En su casa estaba el niño, en la mía, mi ex. Tampoco podía meterme en un hotel, con sólo ochocientos euros en la cuenta y teniendo que pagar el primer mes de alquiler donde los argentinos no estaba como para gastar en nada. Así que bueno, deu deu, y que duermas bien.

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El amor es un producto patrocinado por los fabricantes de condones.

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Juego: fabricarse una polla enorme, que nazca bajo el ombligo y llegue hasta la rodilla. Usarla, usarla un rato, y después otro, y entonces seguir usándola hasta que ya no quede más, nada, vacío, sólo eso, por dentro. Luego, dejar que las termitas hagan su trabajo.
Y al final, darse cuenta del paso de los años y de los insectos con una grieta larga, ostentosa y, según cómo se mire, también ridícula, mostrando todo lo que no hay, adentro.

Juego: convertirse en un hombre de principios, básicamente, dos de ellos. El primero y el segundo. El primero, a la altura del corazón, más o menos. El segundo, muy cerca de los huevos. Ambos principios interconectados, por supuesto. Entonces, desaforadamente, exhibir los principios, gritarlos, escandalosamente, para que todo el mundo sepa que, a pesar de los principios, o gracias a ellos, por dentro se está hueco.

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