WORK IN PROGRESS

domingo, 22 de febrero de 2009

la fama, o es venérea, o no es fama (continuación)

Quieres que un astuto ladrón se lleve el dinero de las cuentas bancarias, o que un incendio provocado acabe con tu departamento, o que aparezca un acreedor reclamando una deuda causada por otro, o que ese otro consiga que te echen de tu empleo, o que, simplemente, con un camión de mudanza, alguien vacíe tu piso. Pero no, usando un par de maletas me he llevado algo de ropa donde los argentinos, he dejado todo lo demás, incluso los discos que vinieron conmigo del otro lado del océano. Tus bienes, esos por los que tanto te preocupas, son los únicos que, en realidad, no tienes. Ellos te poseen a ti, no tú a ellos.

*

Ayer, aburrido en el hotel, estuve escribiendo sobre un papelito la estructura del cuarto capítulo:
“Línea 1. Autoficción: mudanza; espacio; sueño; territorio; cotidianidad; huída del amor recurrente; trabajo; acabar el capítulo con el cambio de empleo.
Línea 2. Novelita: compradores; miedo; transacción; amenaza; acabar el capítulo con la huída.
Línea 3. Recuerdos: la historia de mi ex y el viaje a la India, acabar el capítulo con el overbooking.
Línea 4. Fragmentos, continuación de los juegos: Europa en imágenes sacadas de los museos. Asia, usar el viaje a la India, que estará por allí rondando, y algún recuerdo de Turquía y China; acabar el capítulo con otra payasada fragmentaria.
Línea 5. Discursos. El guión de cine. El encargo de la TV movie (mejor, con tanta vaina, esto lo dejo para después). Seguir, más bien, con los epigramas, hasta la mitad del capítulo, más o menos, y la segunda mitad usar algún otro modelo de texto corto, ya veré.”
No sé dónde dejé el papelito con la estructura del capítulo. He revisado todos los bolsillos. Debo haberlo tirado quién sabe dónde. Pues nada, sin el papelito la cosa se complica, no me queda más que improvisar.

*

Instalado. No sé si son seis metros cuadrados, quizá menos. Cama, escritorio y closet. Una ventana, la puerta, y se acabó. Logré meter algunos zapatos y ropa. Un ajedrez turco, un juego con semillas africano, y unos pinceles chinos. Menos de diez libros. Los dvds se quedaron afuera, para que los compañeros de piso los puedan usar.
En las paredes cuelgan fotografías de desnudos. Son de la bailarina de tango. Blanco y negro y sombras y volúmenes y texturas y toda la pollada, pero siguen siendo piernas y culo y tetas y un desnudo frontal. Lástima que en la realidad no esté tan buena como en las fotos, la bailarina. En el cuarto de al lado vive temporalmente el bailarín y su pareja. Él está haciendo reformas en un piso que ella compró. Una chica pequeña, española y guapa, fiscal de menores, se dedica a encerrar a la gente, a los chavales, en este caso. Eso me contaba cuando llegó el bailarín y se la llevó; no sé qué tenía él con ella pero estaba de mal rollo. Me volví a guardar en el cuarto. Hay un asunto territorial que no sé cómo manejar. En el cuarto me siento bien, cubierto, pero afuera, noto que estoy invadiendo algo. Ellos hablan de sus milongas y sus historias y yo no me entero de nada. Los oigo unos minutos, mientras como, y después me guardo. En esta época me va el estilo anacoreta. Sigo con las costillas arrugadas, pensando pendejadas, las infidelidades de mi ex, el salto al vacío, el proyecto de vida que se fue al carajo a esta edad. Por suerte hay otras cosas, está la literatura de evasión, por ejemplo.

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