WORK IN PROGRESS

domingo, 1 de febrero de 2009

si alguien te ofreciera un millón, ¿no te dejarías? (continuación)

Hoy comencé a trabajar en la recepción del hotel. No es un matadero, los clientes no vienen con las putas del Camp Nou, como esperaba yo. Al revés, es un hotelito bien pensante, burgués, familiar y catalanista. Todo muy correcto, qué mal.
Mientras tanto sigo buscando piso; quiero dejar ya a mi ex con sus historias: me dice que me quede en la habitación de huéspedes pagándole a ella el alquiler que pagaría en otro lado. Curioso. Pero jode escuchar cuando abre la puerta en la mañana; desmadra el ego, quiebra la autoestima, provoca impotencia sexual, saber que ha estado follando mientras tú no puedes dormir tratando de ver cómo resuelves el futuro inmediato. No se siente bien, en serio.
Estoy buscando un piso compartido, aunque sea caro. He mirado una habitación en un piso de estudiantes, dos chicas, pero para ellas soy demasiado viejo, yo. Una habitación en un piso de sudacas, con niños chillando y el televisor encendido, pero para mí son demasiado folclóricos, ellos. Una habitación donde un francés que quedó en llamar, no llamó, para él es demasiado europeo, él. Una habitación donde una pareja de gays que convive con otros elementos exóticos, en un piso reformado, en el centro, estos sí me llamaron; creo que iré con ellos. Aunque mañana visito, por no dejar, un piso de argentinos.

*

De uno de los personajes del piso una buena historia, quizá cierta, o quizá no, da igual. Una historia de organización de eventos, fiestas de fin de año, cotillones, les dicen aquí. El tipo es de Murcia, estudió en un colegio del Opus Dei, su familia tiene dinero, dijo. El primer cotillón que organizó era pequeño, para los amigos, menos de doscientos. Al año siguiente preparó otro para quinientas personas. Y al siguiente, más de mil. El otro año quiso dar el golpe, un cotillón para más de tres mil personas, con cena de gala y cantante de moda. En tres días vendió todas las entradas. Una campaña bestia de publicidad, en radio y en prensa, e invitaciones gratis, o incluso pagando para que vinieran, a los very vips de la ciudad. Entonces los del Ayuntamiento le exigieron construir una salida de emergencia. Negoció con el vecino de atrás para convertir su tienda de electrodomésticos en salida de emergencia un par de días. Boquete en la pared y electrodomésticos escondidos detrás de unas cortinas. Los de la Asociación de derechos de autor se acercaron a pedir su tajada. El tipo los mandó al carajo, primer error. Un periodista quiso entrevistarlo, no le dio cita, no tenía tiempo, segundo error. Tres días antes del fin de año el Ayuntamiento le prohibió celebrar el cotillón porque había construido cuarenta lavabos sin el permiso correspondiente. El tipo intentó mover sus contactos pero nada, detrás del Ayuntamiento había gente pesada, los dueños de restaurantes y lugares nocturnos que habían perdido a su clientela para el fin de año. Al día siguiente, en la primera página de un periódico local, el periodista sin entrevista sacó un reportaje donde lo acusaba de estafador. El desmadre. La turba frente al Corte Inglés, buscándolo, porque allí trabajaba. El tipo tuvo que salir escoltado por la policía, usando una puerta de atrás, porque la turba, si podía, lo linchaba. Lo echaron de su empleo esa tarde.
Con lágrimas en los ojos el tipo devolvió, uno por uno, en efectivo, el precio de las entradas, pero faltaron muchos por compensar. Estos lo demandaron. El tipo contrató al mejor escritorio jurídico de la ciudad y se declaró en quiebra. Logró evitar la cárcel y no tener pérdidas, pero ganó una notoria fama. Un par de meses después tuvo que dejar su ciudad, sin cotillones y sin amigos.

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