WORK IN PROGRESS

martes, 16 de diciembre de 2008

el amor es un producto patrocinado por los fabricantes de condones (continuación)

Experimento: una anciana sube, ayudada por muletas, a la plataforma donde está la mesa, las sillas, la botella de agua, los vasos, el micrófono y muy pronto, la presentadora. Después de la presentación, la anciana agradece y comienza a hablar de las categorías hombre y mujer en las distintas culturas. Hombre activo y mujer pasiva. Se pregunta cómo serían las categorías de un mundo hermafrodita, un mundo de amebas pensantes. En Occidente lo activo es mejor que lo pasivo; lo activo es masculino. En Oriente lo pasivo es mejor que lo activo; lo pasivo es masculino. En la antigüedad clásica lo masculino era calor, vida, actividad; lo femenino era frialdad, menstruación, debilidad. Para Aristóteles el semen es superior a la leche materna. Para los cristianos el embarazo es un castigo de Dios. Para Aristóteles es el hombre quien introduce a los niños dentro del cuerpo de la mujer, ella sólo es un recipiente. No existen culturas, prácticamente, donde la mujer participe en las actividades de la caza y la guerra. Para Aristóteles el semen es superior a la leche materna. Los elementos elevados son masculinos. La menstruación y los elementos terrenales son femeninos. Para Aristóteles el semen es superior a la leche materna. Si una mujer, en la guerra o en la caza, hace correr la sangre, su propia menstruación se alargará, por un principio de simpatía. Y así, dos horas de ejemplos varios, cada uno más didáctico que el anterior.
Con este experimento se demuestra que la razón siempre la lleva quien pega más duro. Se demuestra, también, que unas muletas y una cara de vieja en el mercado pueden sostener a una conciencia lúcida, contra todas las categorías.

*

Tres o cuatro noches dormimos juntos sin tener sexo. Cuando me ponía en el tema de la desfloración a ella le daba hambre, o ganas de ir al baño, o yo qué sé. Pasábamos el día hablando desnudos en la cama, acariciándonos, besándonos; a veces bajábamos a comer pizzas junto al hotel. Ya los cojones me dolían y le pedí que me dejara hacerle el amor entre las tetas. Me corrí sobre su pelo y una parte cayó en sus labios y casi me tira de la cama cuando saltó a limpiarse la boca con la sábana.
Por fin, la última noche, cuando le comenté que me parecía gracioso haberla tenido desnuda todos esos días sin poder hacer el amor, me pidió que volviera a intentarlo.
Me empalmé en un momento (era joven) y me coloqué sobre ella, que me abrazó. Poco a poco fui empujando, y ella gimiendo, ¿te duele mucho?; no importa, sigue; ¿seguro?; sí, sigue; y así hasta que por fin entré. La abracé con fuerza, la besé, y le dije que me daba orgullo que hubiera decidido dejarme ser el primero en estar dentro de ella. Comencé a moverme pero volvió a gemir adolorida. Me salí y me corrí frotándome contra la cama, mientras la abrazaba y besaba.

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