Mi amigo es un tipo cojonudo, pero ronca. Tiene vocación de payaso, pasa el día de cachondeo, no sabe lo que es estar serio, pero ronca. Va inventando pendejadas para hacer reír, se aprende frases en chino para flirtear con las chinitas, pero ronca. Lo conozco desde hace veinte años, es como mi hermano, un poco más, porque su hermandad no es impuesta, sino escogida, pero ronca. Y no es un ronquido cualquiera, el ronroneo clásico de gato enfermo y amplificado que usa la gente normal. El suyo es un ronquido ambicioso, Orfeo del ronquido, siempre inquieto, que busca, tenaz, cada vez mayores alturas: la perfección sonora y expresiva, el ronquido total. Y son las dos y media de la madrugada y no puedo dormir; por eso he estado escribiendo todo el rato en el ordenador de bolsillo. Esta noche mi amigo, los veinte años de hermandad, su buen humor y sus payasadas, tristemente (así somos de pequeños los seres humanos), se anulan bajo sus grandiosos ronquidos. Le daría la patada en el culo ahora mismo, si no tuviera que pagar solo el resto del viaje.
*
En Barcelona, caminando hacia el consulado chino, crucé a un tipo que iba soltando este trozo de conversación en su teléfono móvil: "pones sal, agua y aceite; revuelves; si ves que el aceite se queda debajo, y el agua arriba, pones más sal; si ves que el aceite se va para arriba, pones más agua".
No sé, hay algo en estas frases que me incomoda. Me imagino añadiendo sal y agua y otra vez sal, y más agua, y sal, sin encontrar nunca el equilibrio.
Tendría que haber otra manera de explicar la receta.
WORK IN PROGRESS
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