WORK IN PROGRESS

jueves, 4 de diciembre de 2008

tiemposmodernos

Como dice el refrán: "Bien dijo el caracol que quería ser hombre, cuando sintió que lo pisaban".

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Y ahora sí, la novelita del robo con allanamiento. Para que el personaje entre en la historia tiene que recibir de su mujer la patada en el culo. Supongo que ahora no es buen momento para hacerlo, porque en plena separación lo más probable es que la descalabre, a mi ex. Pero bueno, quien sale mal es ella, y el libro, claro, que se volverá un panfleto. No importa, sigo: desde que comenzaron a vivir juntos ella explotaba en crisis cada mes, más o menos. Podía decir ojala te mueras y darle golpes a las paredes y arañarse la cara y echar a llorar tú no me quieres prefieres a las putas esas que a mí (las páginas de modelos desnudas de internet que él había visitado y que ella usaba como excusa para sus ataques).
El tipo se acojonó, claro, comenzó a tenerle miedo. Después de la crisis pasaba diez días pensando que eso no podía seguir, que tenían que separarse; los siguientes diez días pensando que quizá se arreglaría, sólo había que descubrir por qué pasaba eso; y los últimos diez días del mes esperando el próximo estallido, que ya comenzaba a anunciarse.
Alguna vez la convenció para ir al psiquiatra. Le dieron unas pastillas contra la depresión, a ella. A él no le dijeron nada, no sé por qué.
Poco después ella comenzó a llevar una doble vida. Tenía amantes más o menos duraderos, se sentía sola.
En esa época al tipo se le acabó el crédito de estudios que los sostenía y ella, en cambio, comenzó a tener una buena etapa laboral.
La dependencia que se generó le sirvió a ella para hostigar al tipo que, cada vez, se cerraba más.
Los días se volvieron progresivamente más agrios hasta que, por fin, una tarde, le llegó al teléfono móvil el mensaje: kiro k ns spar--emos. stoy mjr sla

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El tipo tuvo que correr a encontrar una habitación en un piso de estudiantes. Como se quedaba sin dinero tuvo que buscar empleos en los que no pedían formación ni experiencia previa.
En una agencia de trabajo temporal le hicieron llenar una hoja de datos, responder un examen psicotécnico y presentarse a una entrevista. El perfil era "correcto", lo convirtieron en vigilante de museo.
En realidad todos los aspirantes tenían perfiles "correctos", necesitaban empleados urgentemente. La rotación era muy alta porque el trabajo era particularmente malo. Todo el día de pie, de nueve a nueve, de martes a domingo, mirando al vacío. Cualquier desviación era corregida por el supervisor, sentado frente a las pantallas del circuito cerrado de televisión. Vigilante de vigilantes, el pendejo. Argos bifocal.
A las cinco de la tarde, con el dolor de espaldas, el aburrimiento, y la voz interior preguntando ¿Qué pasó con tu cociente intelectual de ciento treinta y seis, capullo?, o ¿Dos maestrías y medio doctorado para acabar de vigilante en un museo, mamón?, comenzaban a entrarle ganas de hacer cosas no muy buenas.

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