Alguna vez me fui con la moto que le había comprado al padre de mi novia hasta una ciudad intermedia. Ella me estaba esperando en la estación de autobuses. En la moto, llegamos a un pueblo turístico y nos instalamos en un motel de carretera puesto allí para que la gente folle un par de horas, escondiéndose de padres, suegras, maridos, esposas, vecinos, conocidos y amigos, huyendo del público en general. El tipo de la caseta de la entrada, sonriendo, nos dejó ocupar la habitación varios días seguidos, atentando contra la moral y las buenas costumbres del hotel. Podíamos, incluso, llevarnos la llave cuando el hambre nos hacía dejar la cama y salir a buscar el restaurante más cercano, porque lo que queríamos, en realidad, era seguir en el hotel.
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Experimento: se coge un trozo de madera y, usando un cuchillo, se le da forma humana. Se deja en la figura un agujerito en la boca y otro a la altura aproximada del ombligo; se incrustan, en estos agujeritos, sendos cilindros de madera con cabeza redondeada, como clavijas de violonchelo. Se amarra, a la clavija del ombligo, el extremo de una cadena que da vueltas alrededor del muñeco. Además de la cadena, se rodea a la talla con cuerdas, trapos, candados, y todo lo que pueda servir para acentuar el carácter del fetiche. Se coloca, no se sabe cómo, una cerradura en el pecho del idolito, incrustada entre las cuerdas, los trapos, los candados, y todo lo que haya servido para acentuar el carácter del muñequito. Se deja al fetiche así como está.
Con este experimento se demuestra que el arte primitivo es rico en ideas, libre en su ejecución, y efectivo en sus resultados; en resumen, que el arte primitivo, de primitivo, casi nada. Se demuestra también que el anonimato es una mala opción para los autores desde el punto de vista de los mercados del arte, pero va de puta madre como liberador en el proceso creativo.
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La habitación del motel tenía jacuzi, ducha con hidromasaje, y espejos por todas partes; no hubo uno que no nos reflejara follando en posición de perrito; lamiéndola abajo mientras le acariciaba los pezones con la punta de los dedos; tragándose mi polla hasta la garganta; sentada conmigo adentro acariciándose el clítoris; moviéndose sobre mi polla mientras yo metía la punta del dedo en su culo; con las piernas abiertas, y yo de pie, en una mesa que casi desvencijamos; saliendo a último momento para correrme sobre sus tetas; moviendo mi polla en su boca, con las rodillas junto a sus hombros, mientras ella se masturbaba; acostada ella sobre mí con su sexo en mi boca y el mío en el suyo, etc.
Después de follar hablábamos, desnudos, de espaldas a la cama, o abrazados, su cabeza sobre mi pecho contándome su vida, su infancia, las complicadas relaciones con su padre, la inestabilidad en su niñez, el paso de la opulencia a la escasez, y otra vez la opulencia y otra vez la escasez, hasta que el padre se fue, desapareció, sin darle explicaciones a sus tres hijas. Luego vinieron sus años en la escuela para niñas de papá, reduciendo a fuerza de simpatía la brecha económica que la separaba de sus compañeras de clase; y entonces la universidad, con uno de los mejores promedios de su promoción.
A mí me hacía hablar de películas, de música, de mi forma de ver las cosas; también un poco de mi vida, del pasado, no del presente, porque le dolía que yo tuviera mi novia y mis cosas aparentemente organizadas, en un diseño donde ella se sentía extraña, más bien anexa, pero de alguna forma accesoria, prescindible, fortuita, temporal.
Y fue esta sensación que la llevó, finalmente, a decidir montarse su vida por otro lado, sin mí.
No tardó en llegar un tipo aparentemente perfecto: educado, guapo, hijo del dueño de una clínica privada prestigiosa en su ciudad. Me dijo por teléfono que estaba confundida, yo le respondí que no podía ayudarla a decidir, o algo parecido.
Al día siguiente, llorando, me explicó que ella no se sentía bien sabiendo que yo tenía novia, que me quería mucho, pero no podía seguir así. Patada en el culo.
WORK IN PROGRESS
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