WORK IN PROGRESS

miércoles, 10 de diciembre de 2008

tiemposmodernos

Como dice el refrán: "Quien juzga come poco, pero come bien".

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He dejado la novela abandonada varios días porque he estado preparando y enviando por correo un papelito para promocionar en escritorios jurídicos un taller de literatura y derecho (la idea de este curso/taller es aprovechar los lazos entre el derecho y la ficción narrativa para potenciar la capacidad creativa y crítica de los participantes (…) borges y el laberinto - flaubert y la inmoralidad - kafka y la culpa - tolstoi y la justicia - verne y las leyes naturales - maupassant y la doble moral - la novela negra y el crimen - vargas llosa y el poder). Además, he estado chateando más de lo normal. Siento como que me estuviera despidiendo, como si entrara al ejército colombiano o una pendejadita así. Hoy almuerzo con dos compañeras del garito del ferry, después ceno con dos colegas de la agencia de publicidad para la que he trabajado como redactor externo. Mañana despedida de mi amor recurrente. Supongo que, falto de novedades, podría contar su historia:

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La conocí hace trece años en un congreso de estudiantes de derecho. La primera vez que la vi fue en un ascensor, en el hotel donde nos quedábamos los payasos que asistíamos al congreso. Ella salía del ascensor y yo entraba, o al revés. Creo que iba, o venía, riéndose con unas amigas. Me llamó tanto la atención que la reconocí esa noche entre más de quinientas personas, en la fiesta de bienvenida. Aproveché una silla vacía junto al sitio donde se sentó a descansar después de haber estado bailando y con una excusa boba le busqué conversación. Ella me siguió el juego un rato, no mucho. Regresó a bailar con un grupo de su universidad. Yo me quedé solo, mirando la fiesta apartado. De mi universidad sólo habían venido los del Centro de Estudiantes. Un desfile de aspirantes a cambur, de futuros cazadores de tesoros (públicos). Una peña que sólo sabía hablar de política universitaria, que había escondido la información del congreso para no compartir las plazas de nuestra universidad. Yo postulé porque colaboraba con el departamento de derecho internacional y la jefa de cátedra me dijo que viniera. Si no me lo dice, no estaría aquí mi amor recurrente.
Y así, mientras ella era el centro de atención de su grupo de amigos, yo pasaba el rato dando vueltas con un vaso en la mano, esperando, con poca fe, que pasara algo interesante.

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Y claro, la pregunta vuelve a ser, ¿de qué le sirve al lector la historia de mi amor recurrente?, ¿qué aporta?, digo, ¿en qué alimenta? Todo este rollo, la vida privada, ¿para qué?
¿Es que te tragarías tú, acaso, las cositas de los otros? ¿Lo has hecho alguna vez?
Es verdad, no, nunca. Los grandes momentos de las vidas ajenas me importan un carajo; los encuentro, para ser sincero, casi siempre bastante gilipollas. Por eso me cuesta tanto leer blogs y diarios y cositas catárticas, menstruales, depresivas, fabricadas para joder la paz y el bienestar de familiares y amigos. Como no sea un personaje cabrón, tipo Villon, Sor Juana Inés o Lord Byron, las cotidianidades ajenas no me interesan.
Creo que es hora de volver a lo impersonal, a lo universal, y narrar, por ejemplo, experimentos científicos:

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