WORK IN PROGRESS

viernes, 19 de diciembre de 2008

el amor es un producto patrocinado por los fabricantes de condones (continuación)

Experimento: un tipo posa para la cámara, apoyado en su fusil, rodeado por una docena de negros muertos sobre una carretera ancha. Detrás del tipo, a varios metros, una ametralladora sobre una especie de trípode. Cerca de algunos cadáveres hay fusiles caídos. Marine posant devant son "tableau de chasse" en Haïtí, 1915. Bettman Archives; en el pie de foto.
Con este experimento se demuestra que sí, que muchas veces una imagen dice más que setenta y ocho palabras. No se demuestra nada más.

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Patada en mi culo y comienzo de su relación con el hombre perfecto. Mi amor recurrente desapareció. Yo seguí con mi vida y mi futuro prometedor, aunque cada vez menos. Menos futuro y menos prometedor, digo, porque la relación con mi novia perfecta comenzó a enfriarse, paranoicos sexuales por la supervisión de sus padres bien pensantes y por los impulsos de mi sociopatía.

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Experimento: tres tipos presentan un concierto de jazz. Violín, contrabajo, y un artilugio parecido a un laúd pero con una manivela. Ruiditos. De jazz nada, esto intenta ser música académica contemporánea, pero sin el folleto que explica de qué va la vaina. Se sobrentiende, por las payasadas hechas, que realizan una exploración de los sonidos que pueden sacarse a los instrumentos por todas partes, menos por donde es. La noche de ligar con la francesita, hablar con su amiga venezolana, y entre cuatro y seis vodkas, pasa factura: un sueño como un pozo. Escribir para no dormir. En el techo, en desorden, caras pintadas color rojo sangre, fotográficamente: jim morrison mozart jimi hendrix duke ellington no sé quién benny goodman edith piaf no sé quién ray charles billie holiday elvis presley no sé quiénes muchos por ese lado charlie parker cab calloway bob dylan ella fitzgerald no sé quién dizzy gillespie thelonious monk haydin scarlatti john coltraine alguien que podría ser olivia newton john pero no creo marlene dietrich john lennon, en conclusión, nadie que haya hecho nada parecido a lo que están haciendo estos tipos hoy. La mujer sentada al frente mueve los dedos como una tijera en una seña vieja; el del artilugio con manivela dice que harán una pausa corta. Para la siguiente pieza, después de la pausa, se afina, aunque no se use. La música se mezcla con la afinación, parece que intencionalmente. Se cae el papel que había puesto el contrabajo entre sus cuerdas. No pasa nada, no se nota. Hay un tipo grabando con micrófonos serios, registro histórico, para alguna biblioteca especializada en no sé qué. Hay una chica que sonríe siempre y a veces mira. También miró, con lascivia o amabilidad (la pregunta quedará en el aire), a uno de los músicos cuando pasó frente a ella en el descanso. En el siguiente garabato acústico el violín encuentra unos ruiditos que están bien, medio liguetianos. Del artilugio de la manivela cuelga un arco de madera, antes no estaba; tampoco se sabe si sirve para algo. Fin del concierto. Aplausos insuficientes para un bis.
Con este experimento se demuestra que se puede sacar música hasta de un trapo, siempre que se tengan los criterios suficientemente abiertos. Se demuestra también que la culpa no es del cochino, sino del que lo alimenta.

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