Dejé el archivo con la novela en Barcelona. No sé por qué, no lo metí en el ordenador de bolsillo. Ahora estoy en Cantón, Guangzhou, con insomnio, después de comer medio kilo de cerdo agridulce mirando a los chinos, alrededor, felices en el restaurante, sin poder ocultar este desliz inmundo, contrarrevolucionario, el de la gula. Piden y tragan, y siguen pidiendo y siguen tragando, hasta que piden y no tragan más. Un baile de comida sobre las mesas, cuando el jefe de familia dice ya no más. Esta comida, la sobrante, es más abundante que la tragada. No sé a dónde va a parar la comida de las mesas. Tampoco quiero saberlo mientras esté en China.
Los comensales no sonríen, ésta es la norma. Se sientan, comen, y hablan un poco, pero no sonríen. Comen como si tal cosa, simulando naturalidad. Como si no pensaran en la cuenta, la que crece, plato a plato. Para muchos de ellos un duro golpe, seguro. Una semana de trabajo despatarrada en el mantel, quizá. Niño, mujer, abuela, y el padre de familia que come y actúa como si no fuera con él, lo del precio, la tontería aquella de pagar. Eso sí, no dejan propina. No vi a un solo chino soltar nada. Las meseras que se jodan, que vivan de su sueldo o que se dediquen a putear en las casas de masaje, antes de venir al restaurante.
Un buen baile, de la cocina a las mesas, de las mesas a la cocina, y de la cocina a las mesas, otra vez. En eso pensaba cuando llegó mi cochino agridulce.
*
Mi amigo y yo nos encontramos en Hong Kong, tal día a tal hora, en un hotel que reservé por internet.
Antes estuve lloriqueando con mi ex, la última noche en Barcelona.
El lloriqueo me vino, no sé por qué, cuando me acerqué al cuarto y vi nuestra cama. Se me salió el llanto, a mocos. Nos echamos y pasamos la noche llorando, abrazados, acariciándonos las cabezas, recordando viajes y proyectos, y cómo todo se fue al carajo, así porque sí, sin que nos diéramos cuenta.
Se supone que eso sirve para terminar bien, sin rabia. Pero no hay que engañarse, el llanto no significa, ni de coña, que ella vaya a pensar en soltar una sola rupia para no dejarme con el culo al aire. Recuerdos y lagrimitas sí, todas las que quieras, pero del dinerín ni hablar, ese no se toca.
Es muy importante saber distinguir una cosa de la otra, tenerlo todo, siempre, absolutamente claro. Nada de confusiones: los sentimientos no compran al dinero; al revés, puede ser.
WORK IN PROGRESS
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1 comentario:
Dos citas:
A todo cerdo,agridulce, le llega su San Martín.Refrán popular.
!Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero!.!Pero cuestan tanto!.Groucho Marx.
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