WORK IN PROGRESS

sábado, 18 de abril de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

¿La enfermera? Con ella hubo Francia, Albi primero, París después. Se supone que también serían unos días en Marruecos, pero no, no fue; dijo que por falta de pasta, yo creo que había algo más.
De París no voy a hablar (quizá llene mi próximo librito), de Albi puedo, sí. Descripción del pueblo y etcétera, podría ser, pero supongo que para eso sirven las guías turísticas o las páginas de internet. Los libritos como éste, en cambio, deberían ocuparse de las aventuras de los personajes, de lo que dicen y piensan, de las pimpolladas. El lugar, como no sea protagonista, sólo sirve de marco, y como marco, en este caso, más bien poco, porque la mayor parte de las cosas interesantes pasaron dentro de la habitación del hotel. Cuando digo “cosas interesantes” hablo de las conversaciones, porque el sexo duro (que a estas alturas supongo que ya no es interesante) venía donde nos pillara, que para lo del exhibicionismo la enfermera no tenía cura, ni falta que le hacía.
Lo mejor de la enfermera era su vocación. Estaba convencida de que podía enderezarme. Sin saberlo era socrática, y pensaba que, a frases, mi cordura tendría que ver la luz. Era buena interrogando, preguntas justas, inteligentes, pero creo que, en realidad, nunca tuvo muy clara mi patología. Yo me dejaba llevar porque era divertido ver cómo lo intentaba, y cuando me daba oportunidad pasaba yo al otro lado, a interrogar. Un juego simpático.
Mi diagnóstico: una cabeza muy rápida para sus circunstancias (familia trabajadora con valores de posguerra, y prioridad para la estabilidad económica, por vía laboral), así que para no aburrirse se mantenía haciendo mil cosas (cursos de idiomas, viajes cortos, cine, salidas con amigas, natación). El remedio le funcionaba bien, era una mujer feliz, que drenaba su overbooking mental ayudando a la peña sin contemplaciones. Su diagnóstico sobre mí, no sé, tendré que preguntarle, de todos modos no creo que lo ponga aquí.
La segunda parte, la del sexo duro con exhibicionismo, siguió como siempre, pero para no repetirme sólo agrego un manoseo, de regreso a Barcelona, no sé si en Perpignan, con orgasmo para ella, detrás de una columna en una catedral gótica que quedó inacabada por falta de presupuesto medieval. A cinco metros la calle y la gente. Olor a Senegal y un muñeco de Cristo mirando. Estuvo bien.

*

Los amables lectores: Disculpe usted, joven.
El autor: ¿Sí?
Los amables lectores: ¿Podríamos preguntar, más bien, señalar, otro detalle que nos preocupa?
El autor: Por supuesto, para eso estáis aquí, ¿no?
Los amables lectores: Sí, eso nos ha dicho usted muy gentilmente.
El autor: Por favor, ¿qué queréis señalar?
Los amables lectores: Tiene que ver con la manera como trata usted a las personas cuando escribe.
El autor: ¿Sí?
Los amables lectores: Nos parece injusta, muchas veces, discúlpenos usted, incluso ofensiva.
El autor: ¿Ofensiva?
Los amables lectores: Sí, no es usted respetuoso con la gente.
El autor: ¿Con los personajes?
Los amables lectores: Perdone usted que nos metamos en sus cosas pero, sinceramente, nos parece muy desagradable la forma como trata a las personas en sus textos. A veces da la impresión de que odiara usted a la Humanidad, y que está tomando venganza por algo que le ha pasado, pero actúa usted agresivamente, contra todo, sin distinción, y eso no es correcto.
El autor: ¡Por favor, no penséis eso de mí! Mi concepto de la Humanidad es de lo más alto; cada día me sorprendo más con la gente, me maravillo; aunque como lector, tengo que decirlo, admiro el humor negro y, quizás, sí, la desfachatez, pero…
Los amables lectores: No se trata de humor, y perdone que le interrumpamos, es usted despectivo, y eso no tiene ninguna gracia.
El autor: Para mí sí, creo que cuando se llega a una desnudez absoluta, y…
Los amables lectores: Nada, presentando de esa manera a las personas que le quieren bien, cómo decirle, de esa forma, ¿desgraciada?, no conseguirá usted nada.
El autor: Quizá es que no quiera conseguir.
Los amables lectores: Para que sus libros despierten algún respeto o admiración tiene usted que saber crear lazos con los lectores, y así no lo está consiguiendo, más bien al contrario, nos parece. Así no va a llegar usted a ningún lado, y por favor perdone que se lo señalemos de esta forma tan cruda.
El autor: Puede ser.
Los amables lectores: No es que pueda ser, perdone usted, es, seguro.
El autor: Puede ser que no quiera llegar a ningún lado, quiero decir.
Los amables lectores: Discúlpenos, pero ha hablado usted de honestidad y ahora nos dice esto. Si, como señala, usted no quisiera llegar a ningún lado, ¿qué sentido tiene dedicar tantas horas a sus escritos?
El autor: Esa es una buena pregunta.
Los amables lectores: Pues, joven, tendría que contestarla antes de proseguir.
El autor: Supongo que tenéis razón, y sí, lo intentaré.
Los amables lectores: Eso quisiéramos ver, por favor.

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