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martes, 28 de abril de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Fue una carta de la Seguridad Social que me abrió los ojos; y las llamadas del banco, cada mes, me abrieron los oídos. Hasta quince mil rupias europeas me deja el banco con un préstamo personal, y hasta cuatro meses de salario, me podría dejar el paro. Por mi lado, con los extras como redactor, ya he guardado unas tres mil rupias. Por eso Marruecos será el último viaje antes del salto a París. En dos meses mi historia en Barcelona se acaba, y mi librito con ella. Pero para cobrar el seguro de paro forzoso me tienen que echar del hotel, renunciar no vale. Me gusta la idea, encontrar una cagada limpia, elegante, perfectamente legal e imperdonable. Estoy pensando en ella, dándole vueltas, aquí sentado en la terminal de taxis, esperando que se acabe de llenar uno que me saque de Marrakech para ponerme en las montañas. Más de cuatro horas en el tema y todavía nada. Cuando aparece un nuevo pasajero ya hay otro que se fue, cansado de esperar; entonces siempre faltan dos; es como intentar llenar de agua un balde con agujeros. Mientras tanto la peña en la terminal se pelea. A veces a gritos, a veces a gritos y golpes. La turba va y viene, rodeando a los luchadores. Abrazos y golpes al aire y rodar por el suelo y toda la vaina ridícula de las peleas callejeras. La última trifulca, hace diez minutos, podría haber acabado en tragicomedia: un taxista con ganas de camorra vino a buscar un cuchillo al lado de donde estoy sentado, otro lo cogió por el brazo para que no regresara a la pelea; en eso aparecieron dos policías aburridos y al tipo, instantáneamente, se le quitaron las ganas de ir a matar a no sé quién. Yo le pregunté a un vecino por qué se peleaban, hizo un gesto con los hombros como de "da lo mismo" y dijo que por el calor, señalando al cielo con un dedo. Vale. Entonces vuelvo a pensar en mi despido, cada quien a lo suyo.

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Más de cuatro horas en el tema y todavía nada. Cuando aparece un nuevo pasajero ya hay otro que se fue, cansado de esperar; entonces siempre faltan dos; es como intentar llenar de agua un balde con agujeros. Mientras tanto la peña en la terminal se pelea. A veces a gritos, a veces a gritos y golpes. La turba va y viene, rodeando a los luchadores. Abrazos y golpes al aire y rodar por el suelo y toda la vaina ridícula de las peleas callejeras. La última trifulca, hace diez minutos, podría haber acabado en tragicomedia: un taxista con ganas de camorra vino a buscar un cuchillo. Un movimiento violento, nuestro héroe levanta la cabeza, el taxista cae al suelo, el ruido de un tubo metálico rebotando contra el asfalto, un hombre se aleja corriendo, el taxista, en el suelo, se lleva una mano a la cabeza sangrante, la mujer que está al lado de nuestro héroe lo coge de la mano diciendo “venez avec moi!”; nuestro héroe, confuso, se deja llevar por la mujer. Cruzan la calle moviéndose entre los taxis parados. Entran a la ciudad vieja por una puerta que es un agujero en la muralla. Avanzan por una calle populosa que es un mercado. Nuestro héroe siente la mano de la mujer que lo lleva, va dejando atrás las miradas curiosas de los vendedores, los trozos de carne que cuelgan, las cajas de verdura, los cacharros plásticos, las moscas, el pescado en las bandejas. Entran a un callejón. La mujer le dice a nuestro héroe, en un español con acento árabe, “no te apartes de mí”. Lleva la cara velada. Toca una puerta. Se entreabre y una voz de mujer dice algo muy bajo. “Por aquí”, la mujer del velo. Un laberinto de callejones, perros, algún pequeño patio donde una niña levanta unos baldes de agua. Nuestro héroe se da cuenta de que ha olvidado el bolso de viaje con su ropa. Se ve robado.
--Mis cosas, mis cosas se quedaron allá.
La mujer del velo continúa caminando apurada.
--Tengo que ir a buscar mis cosas.
--¿Quieres que te maten? Regresa.

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Entonces tocaría escribir sobre la chica de Arabia Saudita, una historieta rosa para hablar de la “fantasía” en el apartado “tipo de relación” que corresponde a este capítulo.
El cuento comienza con una página web para colgar y comentar fotografías de viajes. Mirando retratos de fotógrafas (las que ponen en el perfil, no las que hacen de terceros, que no me interesan para nada) encontré una chica muy guapa, de ojos verde gato y boca de escultura griega. Miré algunas de sus fotos y le escribí no sé qué. No vi respuesta, me olvidé.
Unas semanas después entré a una cuenta que casi no uso y encontré un correo simpático e inocente: now i know why you are very good with photos of people , because ur a writer , you capture lives not people in your photos .. I checked your website and sadly I dont know spanish but thanx to babel fish i translated your biografia..the translation was not accurate but I did understand it ...I loved your smooth way of writing and how you put everything in such a simple way yet sophesticated becouse i related to it somehow .. I always use to think that a good writer is a one who makes the reader feel he is a part of what he reads ..and i felt that in your biography and i wished that i can read spanish so i can read the secreat voices book you wrote; le di las gracias sin saber quién era.
Al siguiente correo supe que era la de las fotos, y al siguiente que la chica necesitaba conversación. Me volví todo oídos. En esa época, además, mi amor recurrente me estaba dejando, así que me venía bien un poco de compañía, aunque fuera virtual.
El problema con la chica es que me hacía sentir un poco como el lobo feroz: ella tenía sólo veintitrés años y casi ninguna experiencia con hombres, escondida en alguna mansión de Jiddah, aunque venía una o dos veces al año a Europa; pero el juego era divertido, yo la llamaba princesa árabe, ella me decía pirata del Caribe, y así íbamos haciendo el gilipollas. De los correos pasamos al chat, y del chat, una noche, al teléfono.

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