WORK IN PROGRESS

jueves, 23 de abril de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Azar: un tipo llega en avión a Nueva York envuelto en unas mantas gruesas de los pies a la cabeza. En una ambulancia trasladan al tipo hasta una jaula amplia que encierra a un coyote. El tipo, siempre envuelto en las mantas, sin contacto visual con el mundo, queda de pie en la jaula. El coyote lo huele asustado, le gruñe, se aleja. Al día siguiente el coyote, que ya se ha acostumbrado al tipo de las mantas, se pasea por la jaula buscando oficio. Se acerca al tipo de las mantas, lo huele, muerde el extremo de una de las mantas, hala con fuerza. El tipo se levanta, el coyote huye asustado, pero al rato regresa. Huele, muerde, hala. El tipo le suelta un zapato. El coyote coge el zapato y se aleja. Huele el zapato, se acuesta sobre el zapato, mueve su cuerpo sobre el zapato, vuelve a oler, sostiene el zapato entre las patas, destroza al zapato con los dientes. Al segundo día el coyote, ya con toda confianza, se dedica a morder y halar las mantas, hasta que deja al tipo al descubierto. El coyote, asustado, huye, gruñe, se acerca como para morder, se aleja, y luego regresa. El tipo, sentado en el suelo, busca con la mano al coyote. El coyote huye, y al rato regresa. El coyote se deja acariciar por el tipo. Cuando se cumplen las cuarenta y ocho horas, el tipo carga al coyote en los brazos, lo regresa al suelo, y luego sale de la jaula, ayudado por otros personajes que participan en el tema. Del coyote no se sabe nada más. Del tipo supongo que sí.

*

Para este fragmento le pedí a mi amigo el periodista de las historias fáciles de vender que me ayudara. Que tradujera a su voz lo que según mi librito dice. Él me ha pedido antes capítulos para sus libros, así que no hago trampa, sólo el mismo juego de vuelta. Pero nada, mi amigo no cumplió. Y eso que sólo tenía que escribir un diálogo donde le preguntaba a nuestro héroe qué quería saber. Por ejemplo, cómo lo ubicaron. Mi amigo el periodista de las historias fáciles de vender debía haber hablado de los transmisores GPS; decir que quizá nuestro héroe llevaba alguno en la suela de los zapatos, o en la ropa, o en la muela, que nada cuesta entrar a un piso y meter un transmisor en cada par de zapatos, por ejemplo, pero que en realidad él no sabe dónde están, los transmisores, como tampoco sabe dónde tiene los suyos, quizá en las tarjetas de crédito. Se supone que entonces nuestro héroe le pregunta si él trabaja para la gente del museo, y el periodista de las historias fáciles de vender le responde que no se trata de la gente del museo, que la cosa es mucho más amplia, más difusa, que el parapeto lo cubre todo y está muy bien montado desde hace tiempo, que quienes están arriba, en todos los sistemas, siempre han buscado la forma de manejar las cosas para mantenerse como están, lógico, y que en nuestros tiempos el control funciona cojonudamente, aunque él no conoce exactamente el mecanismo, porque no se lo han explicado, porque además no tiene a quien preguntar, porque él sólo hace su trabajo, y le reporta a alguien que está más arriba, a quien no conoce, porque se trata sólo de una dirección de mail. Nuestro héroe mira alrededor como buscando por dónde escapar, y el periodista de las historias fáciles de vender debería haberle dicho que, en este momento, podría estar muerto, que la última persona que ha sabido de él es el chaval de los tacos, y que por la forma como dejó el lugar puede que no le de muchas esperanzas de vida; que le comenta eso no para asustarlo, sino para que entienda que está tratando con gente seria; y entonces debería seguir explicado, el periodista de las historias fáciles de vender, cómo funcionan los mecanismos de control; por qué la libertad de expresión ha sido uno de los más grandes inventos, al dejar que cada quién se delate a sí mismo gratuitamente, señalando si hay o no que encender la alarma, si hay que proceder o no a su anulación; entonces el periodista de las historias fáciles de vender debería recordarle a nuestro héroe cómo se conocieron, a través de una amiga mutua que trabajaba en una ONG, que leyó unos textos míos e inmediatamente llamó al periodista, que vio algo potencialmente peligroso y se acercó a nuestro héroe para seguirle la pista; que luego se dio cuenta de que el nivel de peligrosidad de nuestro héroe es nulo, porque no tiene madera de líder y es incapaz de trabajar en grupo, y que ya como escritor lo han enterrado al publicarlo en editoriales sin distribución; que, en resumen, nuestro héroe es un cero a la izquierda, pero mantiene una cierta capacidad de contaminar que no le gusta a los que están arriba. Se supone que nuestro protagonista escucha en silencio, que el periodista de las historias fáciles de vender le explica entonces, con estadísticas, cómo funciona la rueda: la gran mayoría de la gente sigue la línea, buscando los símbolos de placer y de éxito que fabrica el sistema, y los pocos que se salen normalmente acaban autodestruyéndose, son el equivalente, en una fábrica, al material de desecho; que en este momento se vive la última etapa en la que se terminará de anular a las voces disidentes, desapareciendo de los medios a los elementos contaminantes; imponiendo, bajo el disfraz de la lógica del mercado, un estilo sobre la producción de arte; desapareciendo los puestos de trabajo que puedan estimular el pensamiento crítico, y ahogando a la investigación y a las facultades de humanidades en las universidades, que en unos pocos años el proceso habrá terminado, y que no hay nada que hacer, excepto adaptarse.
--¿Viniste a México para decirme eso?
--Sí, entre otras cosillas, claro; pero sí.
--Bueno, supongo que tengo que darte las gracias, ¿no? Supongo que es como una advertencia. ¿Qué quieres que haga con el lienzo del museo?
--Nada, lo que quieras, quédatelo de recuerdo, no es importante.
--Vale, pues… gracias.
--No hay de qué chaval, seguimos en contacto. Ah, ya no duermes en la pocilga esa donde te habías metido, te pasamos al Hilton y, si quieres, por allí te he dejado un número de teléfono de la modelo del tren, si no quieres dormir solo hoy, ¿vale?
--Sí… vale.

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