WORK IN PROGRESS

miércoles, 29 de abril de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Notas:
The bin laden big band
The bin laden big bang
The bin laden big gang

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Notas: hay un juego curioso en los textos que dicen "x cantidad de palabras valen menos que una imagen": si escribo el número real de palabras entonces es incorrecto, y si escribo el correcto, no es real. Por ejemplo: Texto de 188 palabras que quiere incluir la frase "ciento ochenta y ocho palabras valen menos que...", y para que la frase sea real, tendría que subir el número de palabras a 190; pero si escribo "ciento noventa palabras valen menos que..." entonces bajo a 188.
No sé si me explico, supongo que no, es como tratar de llenar de agua un balde con agujeros.

Todo esto es un enorme chiste masón

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Notas:
Posible título para este librito: Dentro de las aguas congeladas del cálculo egoísta; visto en el Pompidou, no recuerdo dónde.

O éste: Si el silencio es más hermoso que tus palabras, entonces calla; es un pensamiento árabe, visto en otra exposición.

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Escrita la escena de acción en la novelita del robo con allanamiento doy por hecho que el lector ha estado de culo enviando correos y llamando por teléfono a sus amigos, recomendándoles mi librito, feliz, exaltado, fascinado por las fuertes emociones que éste deja. Luego vendrán las editoriales, las ventas, y todo eso. En resumen, que estoy a nada de volverme multimillonario. Supongo que merezco un descanso, una tarde de relax. Por eso, en el pueblo perdido del Atlas adonde llegó nuestro héroe huyendo de Marrakech con la mujer del velo, para relacionarme con los nativos entré al billar anexo a una bodega donde sólo se puede beber refresco de piña hecho a base de colorante amarillo, enfriado en un balde de agua, la nevera berebere, como me dijo el que atendía, pero de nevera sus nalgas, el refresco estaba caliente. El billar tenía una puerta pequeña que daba a la carretera y las paredes mugrientas estaban tan cerca de la única mesa que había un taco corto, como de niño, para poder golpear la mitad de las veces. Supongo que corrió rápido la noticia de que el turista había entrado al billar, porque el tugurio se llenó en un par de minutos con los gárrulos del pueblo. Veinte gárrulos, más o menos; quizá demasiados, para las pocas casas que hay.
Perdí la primera partida. Gané la segunda. La tercera preferí mirar. El garito se vació. Volvió a llenarse cuando regresé a la mesa. Jugué contra uno que iba de crack. Perdí, pero la partida estuvo buena. Luego jugamos en equipo, el crack y yo contra otros dos. Y entonces me dio el clic, ese que me viene cuando veo que se están tomando el juego en serio. Cuando me da el clic involuntariamente comienzo a desmadrarlo todo con generosidad. Lo peor es que sé cuándo me viene, reconozco la sensación, pero es como si estuviera poseído y no puedo hacer nada. La embarro aunque trate de hacer las cosas bien; o hago las cosas bien, como un maestro, deliciosamente, pero al revés. Por ejemplo, puedo meter una bola por banda, con un tiro limpio y perfecto; pero la bola que entra no es la mía, sino la del otro equipo o, mejor todavía, meto la bola ocho, matando la partida, como hice esta vez. Estoy seguro de que si me lo propusiera, y lo practicara mil veces, no podría conseguir un tiro tan perfecto; pero cuando me da el clic, no sé cómo, me vuelvo un maestro. Y entonces pienso, claro, ¿es el espíritu antigrupal?, ¿la vaina contra la competencia?, ¿la necesidad de demostrar que funciono distinto? No sé, pero todos estos temas a mi compañero de equipo, por supuesto, le importaban un carajo. Se cabreó. Después de mi tiro perfecto sobre la bola ocho me dijo adiós con cara de vete a la mierda, puto guiri, me has hecho perder, y yo nunca pierdo. Sentí vergüenza, claro; de haber sabido que se pondría así hubiera jugado, haciendo equipo con él, mucho peor desde el principio.

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