WORK IN PROGRESS

domingo, 1 de marzo de 2009

la fama, o es venérea, o no es fama (continuación)

El guitarrista de tango que encontré en la cocina, cuando me vio, vino a saludarme con un abrazo emocionado, preguntándome qué hacía yo allí. Le dije que me había divorciado y acababa de mudarme a la habitación que está al lado del baño. La bailarina de tango preguntó, extrañada, de dónde nos conocíamos. El guitarrista le habló de mi bar, del buen rollo, de las jams de guitarra hasta la madrugada. La bailarina comenzó a preguntarme por el bar, pero esa es una historia larga que ahora no voy a contar.
Ese fin de semana la bailarina me pidió que la acompañara a un concierto del guitarrista de tango. Era un lugar muy pequeño, hecho de fotos y trastos viejos, punto de encuentro del guetho porteño. No estuvimos mucho rato; después de saludar al guitarrista y escuchar el primer set, la bailarina me pidió que la acompañara a una milonga que organizaba una amiga, por allí cerca, en un sitio de la Plaza Real.
En el camino la bailarina me resumió su vida: era hija de un médico que dejó la casa cuando ella estaba por cumplir los doce años. A los quince, por las peleas con la madre, se fue a vivir en una casa okupa de Buenos Aires (en esa época era punk, no bailarina de tango, claro). Su madre la obligó a regresar pero no consiguió que continuara los estudios. La bailarina pasaba el día sin hacer nada, o sí, tocando los huevos, cada vez más, hasta que la policía la cogió atracando a mano armada una farmacia, "estaba jugando con una amiga". En el correccional comenzaron los ataques de ansiedad y la medicación.

*

Después de salir del correccional la bailarina de tango estuvo haciendo no sé qué. Nada muy bueno, supongo, porque tenía una quemadura en el hombro, grande, que venía de un incendio en una discoteca.
Trabajando en la calle, rollo hippie, fabricando artesanías con hilos de bronce, conoció a su ex y, enamorada, se fue a vivir con él en el medio de las montañas, cerca de Bariloche, no muy lejos de donde mataron a la mamá de Bambi. Estaban a varios kilómetros del pueblo más cercano, en una cabaña construida por su ex, sin agua ni luz eléctrica.
Al principio todo bien, cagar en el monte y buscar el agua en el arroyo, se le acabaron los ansiolíticos y sin problemas; pero después de un invierno duro, donde tuvo que quedarse sola, encerrada, un par de días, muriéndose de frío, sin comida y sin poder salir porque los senderos estaban tapados por la nieve, le volvieron las crisis de ansiedad y regresó a la ciudad.
Sólo que ahora en Buenos Aires no se sentía a gusto, demasiados recuerdos, me dijo, así que aprovechando la nacionalidad española de su marido decidieron venir a probar suerte en Zaragoza, donde vivía una de sus hermanas.
Cuando estaba por contarme lo de Aragón se resbaló y cayó de espaldas, plana, como una patinadora sobre hielo. No pude ayudarla a levantarse porque ya estaba de pie.
Acabamos de llegar a la milonga de su amiga riéndonos de su caída, pero en la milonga, en cambio, nadie se reía. Sólo seis o siete personas aburridas. Me presentó como su compañero de piso, el escritor (?), y yo sólo dije que a nadie se le ocurriera sacarme a bailar.

*

--Hola hola hola.
--Buenos días.
--Hola... hola.
--Hola.
--¿Hola?
--Vale, ya.
--¿Hola?
--Buen día.
--Teléfono no mío.
--Ya lo sé.
--No sé dueño teléfono.
--Sí sí el teléfono se lo he dejado yo, mientras estaba arriba, llevando el butano.
--Teléfono no mío. No sé dueño.
--Ya lo sé. El-te-lé-fo-no-que es-tá u-san-do-se-lo-he-de-ja-do-yo.
--¿Quién habla?
--It's a friend.
--¿Quién habla?
--Do you like to earn one hundred?
--¿Quién habla?
--Te quieres ganar los cien, ¿sí o no?
--Trabajo ¿Qué trabajo?
--Tienes que llevar una cosa a un sitio y luego traer otra.
--No no... Yo no querer terrorista. Yo no bomba. Yo paz. Indio, yo indio, no Pakistan, yo paz.
--No es una bomba, es una pintura, y después debes traerme unos papeles.
--¿Unos que?
--Documentos.
--¿Y tú por qué no ir?
--Porque me discutí con esas personas.
--Este trabajo no gusta... raro, muy raro.
--Te puedo dar doscientos, pero no más. Cincuenta antes, y ciento cincuenta cuando me entregues los documentos.
--No me gusta. Es muy raro.
--Ok. Entonces pon el teléfono en el suelo y no ha pasado nada.
--¡Espera espera! Trescientos.
--Doscientos cincuenta o nada.
--Cien primero.
--Ok. Cien adelante.
--¿Qué tengo hacer?

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