WORK IN PROGRESS

martes, 17 de marzo de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Ahora corren días de apasionamiento descontrolado, obsesivo, casi irreconocible para mí. A las nueve de la mañana, cuando regreso de trabajar en el hotel, me acuesto escribiéndole un mensaje, por el móvil, a la aristócrata egipcia. Y cuando me despierto, diez horas después, tras haber dormido como el culo, lo primero que hago, destrozado, es encender el ordenador para ver si está conectada. Luego, a media noche, la aristócrata egipcia me llama desde su móvil, desde su cama, para hablar una hora y luego dormir.
Después de nuestra semana barcelonesa de sexo sin descanso las cosas no han dejado de empeorar: cada vez más enamoramiento y obsesión. Mi cotidianidad absurda, hecha de recepción de hotel durante la noche y cuarto oscuro durante el día, se disuelve en este apasionamiento desesperado. Nuestros proyectos de futuro sólo buscan una cosa: juntarnos. Ella, con la excusa de un master en comunicación, cambiaría El Cairo, su familia, sus amigos y su trabajo envidiable, por un pequeño piso alquilado en algún lugar de Francia. Yo, con la excusa de seguir haciendo el gilipollas, dejaría Barcelona, mi deambular sin norte por la vida, mi quién sabe dónde, mi quién sabe cuándo, y mi proyecto de irme a París, para mudarme con ella, haciendo yo qué sé, ya veré lo que se atraviesa, porque sólo me importa, obsesionado como estoy, vivir con ella.
Todavía estoy demasiado embobado como para diagnosticar el origen del mal de amores. Creo que la aristócrata egipcia reúne todas las cosas que quise encontrar en una mujer cuando cumplí diecisiete años, y algunas más que fui sumando luego. También tiene (y esto me asusta), dos cosas que a mi ex le sobraban: posesividad enfermiza y celopatía. Hay algo oscuro, dentro de mí, que lo acepta y lo busca, quizá alguna necesidad malsana de provocar obsesiones, alguna debilidad vieja, de preadolescente maltratado que necesita atención a la desesperada.
A favor de toda esta locura hay un par de hechos objetivos: el primero es que si estamos cerca podemos follar y acariciarnos y hablar horas y horas sin sentir hambre, sueño o, ni siquiera, ganas de mear; el segundo, es que si estamos lejos, podemos pasar horas y horas conversando, sin un momento de silencio, sin un preguntarse ahora qué digo, sin un agujero en la conversación. Es una de las poquísimas veces en mi vida que he sentido una comunicación tan fácil, tan plana, tan nivelada, y eso que debemos usar una lengua intermedia (el francés), o una lengua casi materna para ella (el inglés), que yo aún no termino de manejar bien.
Hay algo curioso en toda esta historia, y es que nuestros gustos no coinciden: ella está perfectamente adaptada a la moda, yo no me entero de nada; ella tiene éxito, dinero, una posición social aristocrática, es joven, guapa, y yo, por mi parte, sigo sin enterarme de nada; pero creo que nos une algo más íntimo, más hermoso y profundo que todas estas diferencias: nuestra profunda sociopatía, nuestro sincero desprecio por la raza humana.

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Problema: una vaca cuesta entre cien y ciento cincuenta. El precio de un fusil-ametralladora es menos de la mitad. Con un fusil-ametralladora se pueden tener muchas vacas, pero con una vaca no se puede tener un fusil-ametralladora.
Pregunta: ¿desaparecerán las vacas del mercado antes de que los fusiles-ametralladora acaben de matarse?, o, ¿cuál es el punto de equilibrio entre ambos bienes?

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