WORK IN PROGRESS

martes, 10 de marzo de 2009

la fama, o es venérea, o no es fama (continuación)

¿Y entonces para qué lo pediste? Porque creía que me lo podría comer. ¿Y por qué no te lo comes? Porque no puedo, desde que me dio la diarrea no me entra la comida india, no sé. ¿Y entonces por qué lo pediste? Porque creía que hoy sí podría comer. Pues ahora te lo comes. No puedo, no me entra. ¿Y qué vas a hacer? Nada. Supongo que no irás a pedir otra cosa, ¿no? No sé, arroz blanco con sardinas enlatadas, eso sí me entra. ¿Y qué vas a hacer con esto? ¿Tú no lo quieres? No, yo ya comí, no tengo hambre. Pues nada, ¿qué voy a hacer?, no me lo puedo comer, no me entra. (…). ¿Por qué te cabreas?, no me entra, no puedo hacer nada. Me cabreo porque eres un botarate, ¡venga, otro plato! ¡Joder, pero si cuesta menos de un euro! ¿Y por eso lo tienes que tirar? Pensaba que me lo podría comer. Etc.
Salimos del restaurante y para relajar la tensión le propuse a mi ex dar una caminata. Seguimos la única calle hasta salir del pueblo. Faltaban un par de horas para anochecer. Mi idea era perdernos por los senderos del monte usando la brújula. Mi ex me siguió sin mucha confianza.
Orchha. Ahora sí, ésta era la India de mis fantasías infantiles. Templos en ruinas comidos por la selva: el alimento ideal para mis excentricidades. Imaginé una casa de vidrio, estilo palafito, sobre la selva, con vistas a la gigantesca fortificación levantada hace mil años, en la época dorada de la ruta de la seda. Siguiendo el sendero nos encontramos, primero, con un templo pequeño, aparentemente en uso; luego con un muro, derruido; después con un río, junto a unas murallas, y entonces, con un australiano. El tipo le estaba dando la vuelta al mundo, durante un año, como acostumbran a hacer estos antípodas al graduarse, antes de dedicarse a trabajar. El australiano nos recomendó visitar unas tumbas reales del otro lado del pueblo. Yo le pregunté por la diarrea. ¡¿Qué?! Si no te ha dado diarrea. Aquí no, en Bali. ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo qué? La diarrea. Ah, no sé, uno o dos días. ¿Y después? ¿Después? ¿Qué comías después? No sé. Mi ex me miró. ¿Arroz con sardinas, verdad? El australiano no supo qué decir.

*

Ni tú te ocupabas de mí, ni yo de ti. Siendo tan equitativos, tan justos, tan iguales, aún no entiendo cómo es que no llegamos a funcionar.

*

En la mañana le dije a la administradora que me iba, que comenzaba a trabajar en otro hotel. Me respondió que sería penalizado, la buena mujer. Me pidió una carta de renuncia. ¿Con el ordenador o a mano? A mano.
Desde el día anterior ya sabía que me largaba. No dije nada porque al entrar a trabajar supe que había renunciado un compañero. Un buen tipo, grande, calvo, corto de luces, que vive con su mamá. Bastante corto de luces, de verdad. Supongo que por eso era bueno, el tipo, no tenía más opciones, no sabía buscarlas, no le venían las ideas. Para ser hijo de puta, para ejercer, se necesita una inteligencia mínima, y éste no la tenía. El hecho es que la administradora le dio tan duro que acabó con él. Tenía mérito, lo de la administradora, porque el tipo le metía todo su corazón al trabajo, como bueno y tonto que era. Pero la administradora es una verdadera profesional, de las mejores. El primero que lo sabe, su marido, es el hijo del dueño. La mandó al hotel para que dejara de joder en casa: tenía a una hija visitando semanalmente al psiquiatra y a la otra con cara permanente de depresión. La mujer, por supuesto, cuando comenzó a trabajar, no tenía puta idea de nada. Hizo lo propio en estos casos: lo "mejoró" todo. Consiguió producir una admirable obra de arte, reflejo fiel de sus manías. Un ingenio diseñado, al detalle, para que siempre, algo, estuviera hecho mal. Un esfuerzo impresionante, de verdad, levantado sobre muchos papeles, un enorme libro que cada día había que reescribir, dato a dato, número a número. Sísifo, no a pedradas, sino con una goma de borrar. Era cojonuda, aquella máquina de la equivocación. Fábrica de placer para la administradora que, al detectar algún fallo (un numerito no borrado y reescrito, un segundo apellido no anotado) se iluminaba y se lanzaba a machacar. La gente, cuando no folla, se busca placeres sustitutos, es normal. Y el de ella era éste, el del regañito.
Conmigo, en realidad, no se explayaba, no me sacaba mucho placer. De todos modos, cuando el dueño del hotel me preguntó por qué me iba, le dije que por lo mismo que se va todo el mundo, ¿por qué se va todo el mundo?, me preguntó, no muy sorprendido. Por el trato de la administradora, y cuando comencé a dar detalles me cortó con un vale vale que significaba caso perdido, la buena mujer. En realidad no me fui por ella, pero no quise despedirme sin joder.
La verdadera putada la hice luego. Había estado en tres entrevistas de trabajo. Me llamaron de un hotel tres estrellas. Cuando acababa el entrenamiento me llamaron del otro hotel, uno cuatro estrellas, que se veía mejor en el CV. Con un poco de vergüenza les dije que los dejaba, a los del tres. Me sentía un poco mal, se habían portado bien conmigo. Al rato se me ocurrió una solución: arrastré a un colega del hotelito cutre, el de la administración de regañitos, para ocupar el puesto que yo dejaba colgado. En una semana, de los cinco recepcionistas que había, sólo quedaron dos. Duro golpe para la administradora, jornadas intensivas de silencio, nadie a quien machacar. Me imagino sus veladas familiares, todos los regañitos acumulados, listos para saltar.
A estas alturas el hijo del dueño debe de estar cagándose en mi madre.

1 comentario:

paula dijo...

Como me gusta la expresión "regañito",es increible como una sola palabra,puede modular un texto,bajar el volúmen a las putadas y ver las tres estrellas del hotelito. Será la magia sudaca?