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jueves, 19 de marzo de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Les dije a los malagueños que una chica me había dado un porro para dejarme gilipollas y secuestrarme, que desde España me viene persiguiendo una organización que está detrás de un museo, y que mató a mis dos empleados, el indio y el marroquí. Les expliqué que había llegado ayer, usando trenes regionales, y no sé cómo, los de la organización ya estaban esperándome. ¿Ustedes podrían, cuando bajemos del tren, acompañarme a coger un taxi?
El novio me pidió que me sentara tranquilo, la novia puso mala cara. Me senté a oír los ruidos cada vez más precisos, amplificados. Comenzaron las ráfagas de alucinaciones paranoicas.
Al rato, el novio me preguntó cómo me sentía. Le dije no sé qué de los ruidos y de las alucinaciones. Me mandó a lavarme la cara. Me ayudó a levantarme y me acompañó hasta la puerta del baño, al fondo del vagón. Entré, había un tipo que me parecía conocido. Le mojé el pelo.
Regresé al asiento cerca de los novios. Estaban discutiendo mi caso sin importarles que yo estuviera allí, ya se ve dónde estaba mi cara. La novia decía que no me conocían de nada, que no sabían si yo era un drogata, y que no tenían por qué buscarse problemas con la policía por culpa mía, que si me había puesto así ellos no tenían la culpa y, en resumen, que me las arreglara yo solo. Tenía razón. El novio dijo que no tenía cara de mala persona, pero nada, su defensa en saco roto.
Me preguntó otra vez a dónde iba. Le dije que al pueblo donde estaban ellos. No, nosotros no vamos allí, vamos al pueblo siguiente, pero yo te digo dónde bajar. Vale. Nadie iba a ayudarme.

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