WORK IN PROGRESS

lunes, 16 de marzo de 2009

la fama, o es venérea, o no es fama (continuación)

La chica que subió al tren era uno de esos ejemplares de mujer perfecta, cara de muñeca y cuerpo de gimnasio, ojos claros y piel bronceada por rayos ultravioleta. Llevaba un vestido corto de color negro y una bolsa de Versace, como si hubiera estado de compras. Al sentarse volvió a cruzar la mirada con el autor, que para romper el hielo le preguntó si sabía la hora en que el tren llegaba a Constanza. Sí, se la dijo, y además le respondió cuáles eran los pueblos más interesantes de la zona, el suyo, por supuesto, donde dijo vivir, era el mejor de todos. Después respondió que trabajaba como secretaria en una clínica de viejos, ¿y cómo es que siendo tan guapa, hablando cuatro idiomas, y teniendo tanta gracia, no eres la dueña de la clínica o, por lo menos, la viuda del antiguo dueño? Qué risa, qué cómico soy, cuás cuás.
Me pidió un cigarrillo, sacó una bolsita plástica con marihuana, desmadró el cigarrillo y se preparó un canuto. No, no hay ningún problema, se puede fumar marihuana en el tren, ¿quieres una calada?, sí claro, dije, para no quedar por menos, gilipollas yo. Seguimos hablando mientras ella se acababa el canuto.
Le estaba preguntando si en su pueblo había hoteles cuando me dijo espera, dame otro cigarrillo, y se lió otro petardo. Se lo encendí y ella me preguntó si quería, vale, ¿por qué no?; cuando intenté devolvérselo me dijo que no, que me lo quedara. Vale.
Al poco tiempo se me secó la lengua.
-Are you stoned?
-A little.
-It's your face.
Poco a poco los ruidos del tren comenzaron a sonar con mucho detalle, demasiado, tanto, que me dolían los oídos con el martilleo rítmico, desgranado.
Quise ver la hora pero mi brazo no respondió, se quedó sobre la pierna, tan tranquilo, como si no le hubiera pedido nada. Volví a decirle a mi brazo que se levantara y nada.
La chica del bronceado artificial me miró risueña, cogió su teléfono móvil, llamó, y habló en voz muy baja. Puta mierda, había caído con el truco más viejo del mundo, qué desastre. Comencé a sentir pánico, no me podía mover, estaba completamente drogado, el cuerpo dormido, aunque podía pensar más o menos lúcidamente. Unos chavales vecinos comenzaron a burlarse de mí, por mi cara, supongo, de lo jodido que estaba.
La chica del bronceado artificial miraba por la ventana satisfecha, tranquilamente. A veces le daba un vistazo a su reloj o recibía alguna llamada.
No sé de dónde saqué las fuerzas pero pude levantar la mano, girarla, y mirar mi línea de la vida cortada en dos. La chica del bronceado artificial me vio extrañada, y creo que volvió a usar su teléfono. No sé si envalentonado por haber movido la mano, o por puro instinto de supervivencia, conseguí levantar todo el cuerpo y, diciendo no sé qué, me fui caminando pasillo atrás.
Comencé a notar que también la cabeza se me estaba yendo al carajo.
Mientras caminaba veía a las viejas sentadas que se asqueaban conmigo. Entonces notaba, un par de segundos después, que las viejas debían de estar saltando como monos, armando tal pedo que no sé cómo no viene el revisor a poner orden.
En ese momento encontré la única cosa que he conseguido descubrir en toda mi vida: la realidad sólo dura el instante anterior a las palabras; cuando crees entender las cosas, a partir de ese momento, justamente, es que la cagas, transformando la realidad en ficciones, en palabras. Pero esto no importa, lo interesante es que también se me estaba dañando la cabeza y las viejas del tren saltaban como chimpancés y yo me sentía como en una orgía de un carnaval de simios dentro de un circo.
Sólo podía confiar en lo que acababa de ver, todo lo que tenía más de dos segundos de edad era mierda.
Seguí avanzando por el pasillo, dejando a las viejas arañando el aire y, en algún momento, creo que estuve tratando de mover unas palancas en un cambio de vagones.
Hacia el final del tren escuché a una pareja que hablaba mi idioma. Me acerqué a comentarles no sé qué y, por casualidad, me dijeron que eran del sitio donde nació el autor del lienzo que yo escondía en el pecho; me dijeron también que estaban de luna de miel, que se quedaban en el mismo pueblo donde estaba mi camping, y entonces les pregunté si al bajar del tren podían acompañarme a buscar un taxi.

No hay comentarios: