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jueves, 26 de marzo de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Me desperté agitado, sudando frío, miré el reloj electrónico, sólo habían pasado veinte segundos desde la última vez que cerré los ojos y había vivido una pesadilla completa, de esas que parecen ocupar toda una noche. Intenté mantenerme despierto pero era peor, sentía un miedo claustrofóbico que me empujaba a salir de la tienda de campaña. Volví a mirar la pantalla del reloj electrónico, a cerrar los ojos, y a soñar:

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ESCENA 13. AMANECER. INTERIOR DE LA CASA. EL PROTAGONISTA, LA CONTRAFIGURA, LA CHICA, GRUPO DE HOMBRES, VIEJA

Los tres protagonistas están acostados, cada uno en su saco de dormir, dentro de la misma habitación. La chica se despierta, silenciosamente se levanta. Se toca el vientre como si necesitara orinar. Sale de la habitación y pasa a un pasillo largo, con varias puertas. Camina un poco dudando qué puerta abrir. Se decide por la última, a mano derecha. La abre muy lentamente, se asoma. Adentro, a pesar de que hay poca luz, se distinguen varias siluetas humanas, son hombres, hombres desnudos, acostados con los ojos cerrados y una expresión tranquila que puede ser de sueño o de muerte. La chica mira como atrapada. Abre un poco más y se da cuenta de que, hacia el fondo, hay más hombres desnudos, pero están puestos unos encima de otros, como apilados. Sorprendida, la chica cierra la puerta. En su expresión hay terror, pero también curiosidad. Se aleja lentamente, caminando hacia atrás, gira y abre otra puerta, encuentra lo mismo que en el primer cuarto, hombres desnudos apilados. Cada puerta que abre le muestra la escena: hombres desnudos apilados. La chica vuelve a su habitación con pasos rápidos, se da cuenta de que la contrafigura no está, tampoco su mochila ni su saco de dormir. Se inclina sobre el protagonista y lo despierta. Le dice que tienen que buscar a la contrafigura para irse de allí. El protagonista le pregunta qué ha pasado. Ella le contesta que nada, que después le explica. El protagonista se levanta y nos damos cuenta de que, durante todo este tiempo, la contrafigura los ha estado espiando por una pequeña ventana. La chica y el protagonista salen de la habitación. En el pasillo la chica le pide al protagonista que abra una de las puertas. Él pregunta por qué y ella repite que por favor lo haga. El protagonista abre la puerta y encuentra a la señora que los recibió la noche anterior preparando, en una vieja hornilla, un café. Lo invita a pasar ofreciéndole una taza. El protagonista le hace gestos a la chica para que entre, ella duda, él sale, se para junto a ella, le pregunta qué ha pasado; ella, confundida, le contesta que nada. El protagonista dice que va a buscar a la contrafigura, que ahora vuelve. La chica se queda sola con la vieja, sin atreverse a sentarse, y sin decir nada.

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Me desperté agitado, sudando frío, miré el reloj electrónico, sólo habían pasado veinte segundos desde la última vez que cerré los ojos y había vivido una pesadilla completa, de esas que parecen ocupar toda una noche. Intenté mantenerme despierto pero era peor, sentía un miedo claustrofóbico que me empujaba a salir de la tienda de campaña. Volví a mirar la pantalla del reloj electrónico, a cerrar los ojos, y a soñar:

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ESCENA 19. HORA DEL DÍA INDEFINIDA, LUZ EXTRAÑA, IRREAL. EL PROTAGONISTA, GRUPO DE NIÑOS

El protagonista se despierta sacudido por unas manos infantiles. Se ve rodeado de niños que ríen. Se levanta, los niños le hacen señas para que los siga. El protagonista camina junto a los niños, mirándolos como atontado.
Mientras avanzan por el sendero de la montaña los niños muestran al protagonista cosas que recogen del suelo: una lagartija inmóvil, con la mitad del cuerpo translúcido, como diluido; trozos de animales (la parte superior de un grillo, la inferior de una liebre) que se mueven espasmódicamente; piedras que, como por obra de la naturaleza, dibujan, como daguerrotipos, caras de gente muerta. En algún punto pasan por un riachuelo de aguas inmóviles a pesar de la pendiente. El protagonista lo mira todo con gesto inexpresivo, como de incomprensión atontada. Cada vez que los niños le muestran algún objeto exótico, de su extraño mundo, ríen. En algún momento atraviesan lo que parece una casa abandonada; en la parte de atrás de la casa, junto al huerto, está una anciana sentada. El protagonista parece despertar de su letargo y apurado se acerca a ella, pero cuando va a hablar nota que la vieja, que amigablemente, pero con mucha lentitud, le sonríe, tiene enormes agujeros en el cuerpo que dejan ver la pared, detrás.

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